DESDE que mamaba de la misma teta uno de mis hijos siempre ha sido más revoltoso, subversivo y peleón que sus hermanos. De chaval cascaba en clase, escupía a los profesores, hacía novillos, desfondaba papeleras, asustaba viejas con petardos y a los diez años quemó su primer contenedor. Tras recibir un puñetazo en el ojo el psicólogo infantil nos aseguró que el angelito no era hiperactivo sino sólo un cabrito con pintas. Con la adolescencia las gamberradas empeoraron, se pasaba las normas por la entrepierna, amargaba las reuniones familiares y la pobre interina tuvo que dejar de limpiar su leonera porque la recibía a zapatillazos al grito de «¡que se vaya!». El día que cumplió los dieciocho se plantó con toda su jeta en nuestro dormitorio para comunicarnos que no nos reconocía como padres, que pensaba cambiarse el apellido en el juzgado y que, si queríamos acabar con el ‘conflicto’, a partir de ese momento su habitación era sólo suya y ya no formaba parte de la vivienda de su ex familia pues ya era mayor de edad y quería «autodeterminación».
Pero eso sí, ropa, manduca, paga, teléfono, luz, calefacción, piscina, crema de afeitar, matrículas, veraneo, bonobús, moto, gasolina, cerveza, tabaco, papel higiénico y hasta los condones del emancipado por cuenta de su asociado, como le da por llamarme ahora. Hace poco me desahogué en el portal con el presidente de la comunidad y. tras encogerse de hombros, me pidió el voto para instalar la puñetera parabólica que no deja de exigirme ese forúnculo desagradecido para ver fútbol de pago en su cantón, como «gesto encaminado a la pacificación» de ese conflicto que él solito ha originado. Estoy tan harto que si pudiera separaría su cuarto del resto del piso y se lo plantaría en medio del monte, que es donde mejor están los cabritos cuando se hacen adultos. Pero como no puedo, he autodeterminado aplicar mi propio plan. El próximo sábado a mediodía, mientras el señorito se repone del trasnocho, pienso cortarle la luz y el teléfono y trancarle la puerta por fuera, de modo que para salir o entrar en su territorio soberano tendrá que utilizar la ventana. Tarde o temprano acabará metiéndose un hostión y entonces sabrá lo dura que resulta la independencia.