Uno de los males incurables de esta sociedad es la inexistencia de autocrítica, que nos permite echar la culpa de lo que pasa a los demás y exigir “responsabilidades” por todo, pues todo ha de tener un causante que nunca somos nosotros. El poder constituido es el destinatario preferido de esta perversa transferencia de causalidad: el gobierno (el que sea, da igual) es al final el culpable de accidentes, naufragios, incendios, inundaciones y sequías. Pero en este país medicalizado hasta los tuétanos el sistema sanitario es otro de los reos favoritos de la tribu, pues en poco tiempo ha pasado de remediador a causante de muertes, enfermedades, secuelas, complicaciones y, lo que nos faltaba, abortos. Un sindicato (?) ha denunciado que cada mes abortan cuatro adolescentes riojanas, hecho ciertamente lamentable, pero que achacan a la «falta de operatividad de las campañas preventivas» (!) y a que «el acceso a los métodos anticonceptivos es excesivamente dificultoso en los hospitales riojanos» (!!). Ésta sí que es buena. Uno creía que abortar era el resultado de decidir no llevar a término un embarazo producido como consecuencia de echar un polvo dado que la jodienda no tiene enmienda (me refiero, naturalmente, a las relaciones consentidas). Pues no, ahora resulta que la culpa la tienen los hospitales, que como todo el mundo sabe se fundaron para garantizar al personal de cualquier edad su derecho a follar a calzón quitado sin miedo al bombo y, en caso de error negligente (y no precisamente de Romeo y Julieta, sino del resto del mundo), o sea, de embarazo, para remediar el salchucho obligando a médicos sin derechos «subjetivos» como la objeción de conciencia, ya que ésta «lesiona gravemente la libertad individual de las mujeres» (¿acaso no podría afirmarse también lo contrario?). Total, que aquí, como siempre, cogiendo el rábano por el follaje: los responsables de ese deplorable fracaso de tantas cosas que es un embarazo adolescente no son los padres, los docentes o los propios protagonistas del folletín, tan mayorcitos para eso, sino los de siempre: el gobierno y la sanidad. Resulta que lo que falla aquí es la píldora del día siguiente y no la educación de la víspera. Hombre, no me jodan. Joroben, quiero decir.