Los subsaharianos, últimos parias de la tierra, saltan la valla porque creen que separa la desesperación de la esperanza, la miseria de la riqueza, la muerte de la vida, el infierno del paraíso. Y no les falta razón. Allá los niños se mueren de hambre o enfermedad y aquí sólo de aburrimiento. Aquí los chavales videojuegan a matar y allá matan en guerras de verdad. Aquí las niñas compran muñecas y allí son muñecas en venta. Allá se es viejo a los treinta y aquí a los noventa. Allá las mujeres paren en el suelo y aquí dan a luz con epidural. Allá el lodo sepulta en vida y aquí es un tratamiento de belleza. Allá la enfermedad mata a la primera y la medicalización de aquí no permite morirse nunca. Allá sufren opresión, genocidio, terremoto y guerra y aquí lo vemos en pantalla de plasma durante la sobremesa. Y si entre allá y aquí sólo se interpone una valla, ¿cómo no van a querer saltarla? Que lo pretendan tan pocos debe ser por la ley de la selección natural: sólo los más fuertes llegan al pie de la alambrada de la vergüenza. Y lo hacen dispuestos a morir en el intento, pues prefieren el regreso a la nada inconsciente e indolora antes que a su nada real, lacerante e insoportable: nada que comer, nada que aprender, nada con qué sanar, nada que poseer, nada por qué vivir. Qué dilema para los suprasaharianos: si rechazamos a los inmigrantes nos convertimos en desalmados cómplices de un crimen contra la humanidad; pero si los dejamos pasar seremos los causantes de la decepción que les aguardará cuando descubran que su anhelada tierra prometida está habitada también por infelices, sufridores e insatisfechos a pesar del desarrollo y la abundancia. Porque, a este lado del desierto, cuando los hombres nos hartamos de comida, bebida, ropa, techo, salud, curro, derechos, ocio y electrónica nos inventamos nuevos motivos para la desdicha sintiéndonos acosados, quemados, desmotivados, maltratados, deprimidos y hastiados, y sin una buena valla que saltar hacia un mundo mejor, ya que vivimos en él. Claro que siempre será preferible morirse de viejo achacoso que de machetazo o de sida, jugar con muñecas que ser muñeca hinchable o protestar continuamente por la «vergüenza tercermundista» de las pensiones, el trabajo, la sanidad, la vivienda, la educación o el transporte que sufrimos a este lado de la valla, que carecer de todo ello. Digo yo.