Hay dos clases de premios, los que tocan y los que reconocen. Los primeros requieren suerte y los segundos mérito. Estos últimos se dividen a su vez en los que exigen presentarse y los que se otorgan sin concursar. Célebres ejemplos literarios son el Planeta y el Cervantes, con matices: hasta Marsé el Planeta era de encargo y el Cervantes arrastra un reservorio de eternos aspirantes al galardón. Pero hay otra clasificación de premios: los que prestigian a los premiados y los que se prestigian gracias a ellos. Los prestigiadores más importantes son los Nobel y entre los prestigiados tenemos los Príncipes de Asturias, que empezaron como una ocurrencia provinciana y a base de premiar a gente más famosa que Dios pero con un residuo de vanidad sin satisfacer han consolidado su relumbrón. Aunque todo tiene un principio que da lo mismo al final. Los Nobel nacieron para lavar la conciencia de un sueco que se forró con la patente del coche bomba, mientras que Felipe Borbón sólo es un inofensivo heredero que sonreía mientras acompañaba a Letizia a correas de pago. Pues bien, en La Rioja también tenemos un premio de los que le deben el postín a los premiados. En este caso, celebridades relacionadas siquiera remotamente con nuestro producto estrella, como el cardiólogo Fuster por decir que el vino es saludable, el tenor Domingo por cantar el brindis de La Traviata o el zorro de Banderas por su cara bonita. Claro, no iban a premiar a esos anónimos parroquianos de mi pueblo que se meten dos manos de vino diarias por La Herradura. Y sin embargo, ¿no hace más por el Rioja quien lo trasiega a cántaras? Candidatos riojanos al Nobel de Economía o al Príncipe de Asturias de la Velocidad no tendremos pero, ¿”propagadores entusiastas de la cultura del vino”? Por favor. En cierta ocasión propuse crear el premio San Millán de la Cogolla para autores en lengua castellana. ¿Por qué no? Sólo haría falta un puñado de euros y a tirar de la lista de espera del Cervantes. Seguro que la seudoriojana Matute, pongo por caso, aceptaría. Y en unos años Alcalá languidecería a la sombra de Yuso. Para entonces el príncipe ya será rey, y mientras su Leonorcita premie al Papa en Oviedo él entregará el San Millán a Marsé y mis paisanos, indiferentes a la retransmisión de la entrega por la tele de la tasca, seguirán disfrutando de su injusto desprestigio soplando peleón entre humaredas prohibidas y escatológicas blasfemias.