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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El gal de Bush y los hijos de Alá

La perspectiva del tiempo transcurrido permite aventurar que el error cometido por los invasores angloamericanos de Irak y sus aznáteres para justificar la guerra fue quizá pretextar las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía Sadam, pero no porque no existieran, sino porque no eran las que pensaban y además las buscaron en lugar equivocado. Nadie podrá negar que las masacres perpetradas por Al Qaeda en Nueva York, Madrid, Londres, Bagdad, Tel-Aviv, Amán y las que vendrán son terribles actos de destrucción masiva; pero no fueron misiles de largo alcance los que derribaron las torres gemelas, ni virulentas cepas de ántrax las que atacan a los bagdadíes, ni gas mostaza lo que ha matado a una boda en Jordania. En todas estas salvajadas el arma utilizada por el islamismo radical es la más terrorífica de todas: individuos dispuestos a morir matando en nombre de su dios. De modo que los aliados metieron la pata buscando arsenales bajo el desierto mesopotámico y no, por ejemplo, en mezquitas e incluso en sedes de gobierno musulmanes donde clérigos ciegos de odio teocrático excitan el fanatismo religioso de jóvenes deseosos de alcanzar el paraíso «inmolándose» y de paso masacrando infieles. Desde luego que es preferible exterminar a las ratas antes de que se nos metan en casa, pero el mejor método no es aventurarse en la cloaca a lo Schwarzy lanzallamas en ristre, porque además de enmerdarse hasta las cejas (es lo que hay en las cloacas), está probado que así no se acaba con ellas. Eso sucedió aquí con el GAL (que este hipócrita país nuestro condenó, no porque intentaran eliminar ilegalmente a las ratas etarras, sino por ineficaces y chapuceros), y eso, pero a lo bestia, les está sucediendo a Bush y compañía en ratoneras como Afganistán o Irak, donde no habrá depósitos nucleobacterioquímicos pero sí algo peor: semilleros de suicidas fanáticos capaces de estrellar un avión comercial contra un rascacielos o un camión bomba contra una cola de desempleados. Y la solución, de nuevo, no es enfangarse en el albañal. ¿Alguien se ha parado a reflexionar por qué razón existen terroristas tan temibles y cómo evitar que lleguen a desarrollarse? Porque, una vez que nacen, como las ratas, sólo saben crecer, multiplicarse y, los más piadosos, enviar vagones repletos de pacíficos pasajeros al «infierno» a cambio de su hueco en el paraíso. Misterio teosófico: ¿cómo se puede ser al mismo tiempo hijo de Alá y de puta?

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.