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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Logroño, ciudad abierta

Con la venia póstuma del maestro Rossellini me permito parafrasear uno de sus títulos más apreciados por los cinéfilos para calificar el actual estado de obras en que se encuentra sumida la capital de La Rioja, tierra abierta pero en canal. Desde hace meses resulta casi imposible desplazarse por la ciudad sin sortear zanjas, socavones, vallas, grúas y desvíos provisionales. Es tal la cantidad y envergadura de los proyectos acometidos que tenemos la sensación de asistir a una auténtica refundación o cuando menos reconstrucción de la ciudad. Uno no sabe qué pensar, si el gobierno municipal ha perdido definitivamente el juicio o si sus ediles son geniales visionarios del Logroño del siglo XXI asistidos del coraje necesario para llevar a la práctica su delirio. En cualquier caso, resulta asombrosa la capacidad de adaptación de los logroñeses a esta accidentada situación. Al menos en apariencia, la gente sigue haciendo su vida como si nada. Sorprende también que a pesar de cortar al tráfico algunas de las calles más importantes del centro podamos seguir circulando casi como antes e incluso practicar la doble fila sin mayores atascos. La viuda ciudadana es como un curso de agua ladera abajo: siempre se busca el cauce a pesar de los obstáculos. A mí no me cabe duda de que Logroño será una ciudad mucho más habitable cuando finalice esta pesadilla, porque enterrar vehículos bajo las calles en beneficio del peatón siempre es bueno. Según un optimista sondeo de intención de voto promovido por los excavadores, la mayoría de los logroñeses comparten esta opinión y dan por buena tanta obra y tanta molestia por una ciudad mejor, lo cual, si fuera cierto, demostraría madurez colectiva. Dentro de un año sabremos si lo es o no pero, al margen del resultado de las próximas elecciones, esta ciudad acabará reconociendo la labor de un Ayuntamiento que tuvo la increíble audacia (o el frío cálculo) de ponerla patas arriba en año preelectoral para ir destronando al coche como rey de la calle. Ya puestos, podrían dedicar parte de sus acreditados bemoles a meterle mano a otras lacras de esta ciudad como la especulación del suelo, sus pueblerinas fiestas (chupinazo, vaca, charanga y untada), el deterioro del casco antiguo, la guarrería callejera (cáscaras, envoltorios, gargajos y giñas caninas), el «ocio» juvenil del macrobotellón o la bulla nocturna que no deja descansar a los vecinos. Aprovechemos la autopsia tan completita que se le está practicando a Logroño para investigar las causas de los males que la impiden ser una Gran Ciudad de verdad.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.