Hace unos días recogí del buzón un panfleto sin firma que animaba a boicotear productos presuntamente catalanes como respuesta a la reforma del Estatut. El documento, encabezado con un «estimado vecino», incluía una detallada tabla con los nombres de los artículos y empresas de origen catalán objeto del castigo junto con las marcas ofertadas como alternativa, desde una entidad bancaria hasta un supermercado, pasando por lácteos, cosméticos, libros, bebidas o fármacos, y finalizaba con el encargo de fotocopiar y pasar. Confieso que la iniciativa me puso los pelos de punta. De entrada diré que aborrezco cualquier nacionalismo emergente en Europa, incluido el catalán, y que como europeo de origen jarrero sin ganas de líos decimonónicos me disgusta el cantonalismo pueblerino que inspira la reforma catalana. La cual, dicho sea de paso, no sería posible sin la irresponsabilidad de un gobierno español en minoría tan ávido de poder que es capaz de gobernar una parte del país en coalición, manda huevos, con un partido cuyo principal objetivo es desgajarla del resto. Y esto pasa, entre otras cosas, porque los euroburócratas que dicen estar construyendo la Unión Europea se dedican a cascarla en Bruselas en lugar de impedir de oficio que estas anacrónicas aspiraciones nacionalistas puedan ni siquiera plantearse, y no digamos prosperar, bajo amenaza de echar automáticamente del club a las nuevas nacioncitas de opereta que lograran surgir en el siglo XXI gracias a Estados matrices calzonazos. Pero a lo que iba. Si la reforma del estatuto catalán se consuma legalmente, de lo cual, insisto, no se podrá culpar precisamente a los empresarios o a las minorías nacionalistas, habrá que aceptarlo aunque no guste. Pero de ahí a boicotear Cataluña o lo catalán, nanay. Yo, al menos, pienso continuar visitando aquella estupenda tierra, disfrutando de lo lindo en el Liceu o aburriéndome como una ostra en sus playas, trabajando con la caja que becó a mi riojano hijo en USA, lamentando no poder beber su cefalálgico cava, preparándome mis tacitas de Nescafé, disimulando el lamparón del frigopie con Cebralín, calentándome con Gas Natural (que es argelino) y comprando en el Caprabo que para nuestra suerte, anónimo vecino, pusieron al lado de casa. Si usted desea boicotear a los verdaderos culpables de invertebrar más el país con tal de mantenerse en el poder ya sabe lo que tiene que hacer y cuándo: si no adelantan, marzo del 2008. No se confunda, amigo.