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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

La pasión de Judas

Ha tenido que revelarlo National Geographic: Judas Iscariote no fue un traidor sino un elegido. Siempre intuí que algo fallaba en la fácil historia del discípulo corrupto que vende a su maestro por cuatro perras y acto seguido se cuelga de una higuera enloquecido por el remordimiento. Según la fe cristiana, Dios celestial envió a su Hijo hecho un hombre al planeta Tierra para salvar a una Humanidad que sólo ansía destruirse. El cual, una vez cumplida su misión imposible y conocido el percal, ascendió a los cielos para siempre jamás abandonando a su suerte en la pista al germen de una nueva religión monoteísta, o sea, un nuevo pretexto para que los hombres siguieran no tolerándose, persiguiéndose y matándose en nombre de sus únicos dioses verdaderos. Los siguientes veinte siglos han demostrado hasta qué punto aquel intento divino de redimir el mundo fue en vano, pues ni Dios es capaz de llevar a la práctica los hermosos principios evangélicos en el planeta de los simios. Y hoy, para muchos cristianos, la Pasión de Jesús ha degenerado en una semana de vacaciones compulsivas y tamborradas callejeras que los espectadores aplauden antes de meterse unos tragos de zurra por las tascas que jalonan el vía crucis en cuanto desfila el último capirote. Esta Semana Santa, al menos, nos ha traído la reconfortante nueva de que Judas arruinó una prometedora carrera de santo apóstol por orden de su Maestro. Que fue un instrumento necesario para que el Hijo de Dios intentara salvar a una Humanidad que siempre ha eliminado a sus incómodos salvadores porque desea condenarse. Así que, sin la leal colaboración del bueno de Judas, seguramente no existirían ni cristianismo ni Cristo que lo fundó. Él fue, sin lugar a dudas, el apóstol que más amó al Señor, pues cumpliendo su ingrata misión de delatarlo perdía toda posibilidad de titular catedrales, presidir retablos y apadrinar fiestas, además de convertírse en un réprobo traidor. A pesar de ello entregó a Jesús y, para demostrar que lo amaba, lo hizo dándole un beso mientras otros le daban la espalda y luego se mató por morir con Él. Ahora que todo se ha aclarado, esperemos que el Vaticano eleve sin falta a San Judas a su merecida hornacina y lo declaren santo patrono los malogrados, los suicidas, los gerentes o los malditos sin causa. Sabía que Iscariote no fue lo que nos contaron y ahora me alegro por su rehabilitación, aunque provenga de un reportaje apócrifo. Debería ser Benedicto XVI quien proclamara su inocencia urbi et orbi desde el balcón de San Pedro, por simple gratitud: seguramente le debe el papado.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.