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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Chufi

Chufi es un canario. Nuestro canario. El mismo canario amarillo que alegra nuestra casa desde hace veinticinco años. En realidad es el cuarto o quinto, pero todos se han llamado igual, Chufi, de modo que todos parecen ser el mismo. Tras el primero, los siguientes Chufis han sido tan similares que costaría trabajo distinguirlos salvo quizá viéndolos juntos, cosa imposible dado que cada nuevo inquilino de la jaula vacante siempre llega días después de abandonarla el anterior. Unas veces por muerte natural, otras por no cantar o por perder el canto. El último Chufi ha sido, sin duda, el mejor que hemos tenido. La verdad es que no cantaba mucho ni su canto era el más hermoso, pero cantar cantaba. Era algo vago pero muy simpático y, sobre todo, listísimo. En cuanto entrabas en la cocina a prepararte el desayuno te llamaba piando con el tono de pedir y no paraba hasta que le encajabas entre los barrotes su trocito de manzana, lechuga o cafarel. Si sería listo que en cuanto abrías la puerta del frigo saltaba desde el palito de estar al de comer y allí se quedaba aguardando el festín, y cuando te acercabas agitándolo en la mano se excitaba abriendo las alas y el pico y cambiaba el piar a otro más potente y agudo. Aquel pajarillo sabía perfectamente llamar, reconocer, contestar, pedir y agradecer, y ningún canaricultor podría convencerme de lo contrario. Es increíble el cariño que se puede profesar a un animal, incluso a uno tan poquita cosa como Chufi. Quizá sólo quienes hayan apreciado a una mascota hasta considerarla un miembro más de la familia pueden comprender el dolor que llega a sentirse cuando se muere. Más aún si la muerte es tan horrible como la de nuestro Chufi. El lunes por la tarde lo encontramos tirado en su jaula con una patita cercenada de cuajo y la otra quebrada, rodeado de plumas blancas y amarillas arrancadas a zarpazos por algún cabrón de gato que si vuelve a entrar en casa juro por Dios que será lo último que haga en sus putas vidas. Tras una penosa agonía que nos encogió más todavía, Chufi murió al cabo de unas horas sin decir ni pío el pobrecico. De manera que dentro de unos días, esperemos que pocos, un nuevo Chufi volverá a alegrarnos la casa con sus trinos. Y en cuanto aprenda a cumplir sin más con el canto, el muy vago, y a pedir manduca, el muy morrón, volveremos a convencernos de que es el mismo Chufi de siempre. Otros creen en la reencarnación, la resurrección o la morada eterna. La vida es tan despiadadamente cruel que todos necesitamos engañarnos continuamente para poder soportarla.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.