>

Blogs

Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El chunchún

Reconozco que, a pesar de su blandenguería, la Ley Antitabaco ha resultado beneficiosa para quienes aborrecemos respirar aire contaminado con humo de cigarro. Ahora sabes lo que te espera en un recinto público porque lo advierten en la puerta, así que servidor ya no entra donde dejen fumar. Callejeando hace poco por el casco antiguo busqué un bar donde descansar un rato, tomar un cafelito y de paso poner la vejiga a cero, pero en el que no se permitiera fumar. La aplastante mayoría de locales para beber donde sí se permite me lo puso difícil pero lo encontré, y resultó una experiencia nueva compartir cafetería con clientes que tomaban su tentempié en la barra o desayunaban hojeando la prensa parsimoniosamente, sin el pestazo tabaquero viciando la saludable atmósfera a café y tortilla recién hechos. Se estaba tan a gusto que, aprovechando que el cliente del velador contiguo soltó al fin el periódico, decidí quedarme un poco más disfrutando de la insólita atmósfera. Pero, ¿ay!, otra clase de contaminación contra la que aún no existe legislación acabó echándome a la calle. Como en casi todos los espacios públicos de este país, abiertos o cerrados, el aire sin humo vibraba con el insoportable chunchún de la lista de éxitos, ese inmisericorde coñazo radiofónico que te ataca lo mismo en el taxi que en el ascensor que en el comercio que en el autobús que en el súper que en la competición que en el taller que en la clínica que en el restaurante. La aversión al silencio que impera en este país es digna de estudio sociológico, y la patológica necesidad de combatirlo repitiendo hasta la irritación los 40 principales, de investigación clínica. El caso es que a la gente no parece incomodarle la ‘música ambiente’ que les azota el tímpano sin tregua. Yo al menos no veo a nadie quejarse nunca, y si lo haces te mirarán como a un bicho raro. Pues a mí no me importaría entrar en establecimientos con este aviso a la entrada: «Se admiten raritos», si se refiriese a personas que no desean recibir ninguna clase de agresión sensorial. Pero, por alguna causa no descubierta, la gente prefiere los lugares cuya bulla ambiental les obligue a gritar para entenderse, de modo que los espacios sin humo son raros pero los sin ruido es que no existen. Bueno, hay uno: el cementerio, único lugar frecuentado por gente donde no te machaca el decibelio. Debe de ser para que el personal se vaya haciendo idea del insoportable silencio que les aguarda en cuanto estiren la pata. Pero sólo si van al cielo; al menos en mi infierno no para de sonar el insoportable chunchún superventas, por los siglos de los siglos.

Temas

Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.