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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El club de la tragedia

Una de las cosas que más molestan a los poderosos que lo son desde generaciones es el acceso a su privilegiado círculo de los llamados nuevos ricos, por regla general patanes enriquecidos rápidamente que suelen hacer ostentación de su fortuna sin eso que los aristócratas llaman «clase». Algo parecido está ocurriendo con el llamado club nuclear, selecto grupito de países dotados del máximo potencial destructivo formado oficialmente sólo por USA, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China. En 1968 estos cinco jinetes del Apocalipsis atómico, los únicos «Estados nuclearmente armados» por la gracia de Urano, todos ellos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, decidieron que ya eran suficientes e impusieron el Tratado de No Proliferación Nuclear que dejaba al resto fuera de la peña del hongo, de modo que sólo ellos pudieran achicharrarnos a todos con sus odiosos misiles nucleares. Mas hete aquí que algunos parias de la Tierra deciden, de la férrea mano de sus respectivos déspotas, gastarse el presupuesto en fabricar su propia bomba a costa de la miseria de sus súbditos, y los cinco magníficos se ponen nerviosos y amenazan a los nuevos ricos nucleares (India, Pakistán, Irán y ahora, Corea del Norte) con boicoteos, embargos y ataques. Se comprende que para Bush, Chirac o Blair debe de ser duro admitir en la mesa a un mamarracho como ese sátrapa de Kim Jong Il reclamando su ración de tarta nuclear, pero recuérdese que aquí hasta la fecha la única potencia que ha masacrado ciudades con bombas atómicas han sido los Estados Unidos. Y de un gendarme que en sus ratos libres es violador en serie de los derechos humanos (Guantánamo, pena de muerte) y de la legalidad internacional (invasiones varias) no hay por qué fiarse más que de Corea del Norte. Para quienes aborrecemos toda clase de armas, sean nucleares o convencionales, pesadas o ligeras, de destrucción individual o masiva, de fuego, blancas o negras, y creemos que a la humanidad le iría mucho mejor si no se fabricaran, vendieran y utilizaran, no existen arsenales buenos y malos. Todos los armamentos son igual de perversos y deberían ser destruidos, a poder ser el mismo día para desactivar también el argumento del derecho a la defensa como pretexto para armarse. No sé cómo podemos dormir tranquilos sabiendo que la tragedia nuclear es un riesgo real que puede desencadenarse un día de estos, en el que dará igual si el chupinazo anunciador del fin del mundo lo lanza un demócrata encorbatado o un fantoche estalinista forrado de caqui.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.