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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Ocho mentiras en torno a De Juana

Primera: el tipejo no se llama Iñaki sino José Ignacio. Su padre era de Miranda de Ebro y su madre nació en Tetuán de padre militar; con raíces tan maquetas resultan patéticos los ikurriñeros de la siniestra abertzale homenajeando al héroe euskaldún por el único mérito de haber asesinado o mutilado a decenas de personas indefensas. Segunda: no es cierto que el canalla haya incumplido la condena impuesta por sus crímenes. Es que en un país sin cadena perpetua (si la hubiera no estaría pasando esto) 3000 años de condena equivalen a 30 y actividades como escribir una novela le procuraron doce años de beneficios penitenciarios mientras celebraba los crímenes de su banda y se mofaba cruelmente del dolor de las víctimas. Tercera: el miserable no hizo huelga de hambre. Nadie sobrevive a cuatro meses de ayuno. Sólo se negó a ingerir alimento voluntariamente pero permitió que se lo metieran por la sonda que podía sacarse en cualquier momento. No estaba muy enfermo, sólo muy flaco, y se conoce que la debilidad no le impedía retozar en el catre a goma quitada. Cuarta: las fotos de la presunta emaciación del abyecto son un montaje propagandístico; obsérvese cómo mete tripa a la vez que saca pecho en actitud desafiante para ofrecer la falsa imagen de cautivo en Auschwitz. Quinta: es falsa la acusación de cínico a Rubalcaba, excarcelador oficial del sádico, por apelar al humanitarismo de un Estado que bajo su portavocía del gobierno hizo la guerra sucia asesinando terroristas; al secuestrado Segundo Marey sus guardianes le echaban de comer fabada Litoral a la voz de «¿está de muerte, abuelo!». Eso sí es corazón y lo demás pamplinas. Sexta: es mentira que el gobierno haya liberado de hecho al terrorista más sanguinario «para que no muera en la cárcel». Ha pagado la primera letra del «proceso de paz», la salvajada de la T-4, cuyos libradores ya estarán girando la siguiente. Además no estaba en la cárcel sino en un hospital, y su defunción, improbable y en todo caso voluntaria, quizá nos hubiera servido para comprender cómo se puede descorchar para celebrar la muerte de alguien. Séptima: no es cierto, como ha manifestado José Blanco con toda su jeta de malhuele, que los muchos indignados o disgustados por este asunto pertenezcamos a «la peña ultra». Parece mentira que justamente él ignore lo que les ocurre a los partidos que desprecian el clamor popular aunque surja de las tripas, que es con lo que la gente vota en este país. Y octava: tampoco es cierto, como dijo Rodríguez Ibarra, que José Ignacio de Juana Chaos sea un cabrón. Es un hijo de puta como la copa de un pino piñonero de los de la parte de Soria.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.