Mirando la tele he sabido que existe una enfermedad llamada amaxofobia. El reportaje aseguraba que consiste en miedo a conducir, aunque al parecer este presunto trastorno psíquico puede afectar al ocupante de cualquier vehículo en movimiento. Lo seguí con interés pero resultó que los síntomas de esta «nueva enfermedad» (temor, palpitaciones, tembleque, sudoración, falta de aire y deseo de salir corriendo) son los típicos de la crisis de ansiedad subyacente en los centenares de fobias descritas. Hay que ver qué cosas pueden llegar a provocar estos miedos irracionales o desproporcionados (compruébenlo en apocatastasis.com si tienen curiosidad). Algunas fobias son llamativamente absurdas o extravagantes: a las flautas (aulofoboia), los pollos (alectrofobia) o los chinos (sinofobia). Otras, en cambio, son más que comprensibles, como sucede en la galeofobia (a los tiburones), la tapefobia (a ser enterrado vivo), la cremnofobia (a los precipicios), la antropofobia (a la gente), la pedofobia (no, es a los niños) o la peniofobia (tampoco, es a la pobreza). Es más, hay otro grupo de aversiones para nada patológicas sino absolutamente justificadas, como la iatrofobia (a los médicos), la siempre tardía gametofobia (al matrimonio), la frenofobia (a pensar) o la telefonofobia. Si se vive en Logroño, por ejemplo, la agirofobia o temor a cruzar la calle es todo un síntoma de salud mental. Ahora bien, puede que bajo el manto protector de este diagnóstico, como de tantos otros, se enmascaren otros para nada morbosos, como el morro pisado o la esclerosis facial. Ciertamente, los reacios a enfrentarse a alguna de las muchas situaciones adversas o desagradables que nos depara la vida (un atasco, un examen, la vuelta al trabajo, una carta de Hacienda) tienen a su disposición un catálogo de «enfermedades» ficticias tan amplio donde escoger la suya que nunca como ahora fue tan fácil librarse de lo que disgusta so pretexto de sentirse amenazado y con la impunidad que otorga el dictamen clínico. Ir por la vida con una etiqueta diagnóstica colgando dispensa de obligaciones, exime de responsabilidades y justifica la reclamación de atención, cuidados y hasta compasión. Gracias a la fobiofilia que nos invade será posible eludir el aula alegando escolionofobia, o el curro invocando ergofobia, o permanecer donde sea pretextando agorafobia o claustrofobia. Si no colara, como último recurso para esquivar un marrón puede alegarse pantofobia (fobia a todo), que también existe y es el perfecto comodín para el escaqueo. A que es buena. Me la pido.