En su lúcido ensayito Las leyes fundamentales de la estupidez humana el historiador económico Carlo Cipolla llevó el análisis de costes y beneficios al terreno de la sociología clasificando a los seres humanos en cuatro grupos: los inteligentes, los incautos, los malvados y los estúpidos. El criterio diferenciador fue la ganancia o pérdida que un individuo sea capaz de obtener para sí y al mismo tiempo procurar a otros con sus actos. Así, el inteligente (o listo) es el que logra beneficio para él y los demás, el malvado (o bandido) se beneficia perjudicando, el incauto (o bobo) beneficia a terceros a costa de su propio perjuicio y el estúpido, finalmente, perjudica a otros sin obtener ningún beneficio a cambio e incluso (estúpido pluscuamperfecto) perjudicándose a sí mismo. Pues bien, como concluyó Cipolla en sus corolarios, el más peligroso de todos estos tipos sin duda es el estúpido. Sí, más aún que el malvado, porque el inteligente puede entender el comportamiento del bandido, pero resulta imposible anticiparse a las imprevisibles intenciones del estúpido: «ni los inteligentes ni los malvados consiguen muchas veces reconocer el poder devastador de la estupidez y cometen el error de abandonarse a sentimientos de autocomplacencia y desprecio en lugar de preparar su defensa». La Cuarta Ley es tajante al respecto: «Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las que lo son y olvidan que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.» Ahora bien, la cosa se complica cuando una misma acción es capaz de causar al mismo tiempo un perjuicio y un beneficio. Como la teoría siempre es complicada examinaremos un caso práctico: ceder a las exigencias de una banda terrorista, por ejemplo, beneficia a ésta y a sus partidarios pero perjudica a las víctimas de sus fechorías, que en mayor o menor grado son todos los ciudadanos de bien. Por lo tanto, atendiendo sólo al efecto obrado en los demás por quien sucumbiera de ese modo al chantaje, éste podrá ser considerado incauto o inteligente por los favorecidos o bien malvado o estúpido por los damnificados. Mas, si por ello no obtuviera ningún beneficio o incluso resultara perjudicado por su decisión de ceder (Tercera Ley), el individuo en cuestión quedaría descartado como ser inteligente o malvado y ya sólo encajaría en uno de los dos grupos restantes: para las víctimas será un perfecto estúpido y para los verdugos (que son a su vez son bandidos de la peor calaña), un incauto consumado. Reconozco que es un ejemplo demasiado rebuscado pero creo que se entiende.