Sé que resultará duro pero trate de imaginar que un tipejo violara a su mujer, o a su hijo, o a su novia, y cuando años después se viesen las caras en el juicio le gritara a usted: «¿violador!». O a un facineroso que se cargó a su marido en un atraco a mano armada y que en el reconocimiento de sospechosos la llamara ladrona y asesina. O que cuando usted pillase a su cónyuge encamado con su amante reaccionara acusándole de adulterio. Seguramente no encontraría palabras para responder a estas muestras del cinismo más obsceno imaginable, ¿verdad? Pues lo mismo deben de sentir los representantes políticos, militantes o simples simpatizantes de los partidos políticos democráticos vascos cuando indeseables radicales de la presunta izquierda nacionalista les vomitan a la cara su patológico rencor llamándolos fascistas. Va a ser verdad que el País Vasco está pidiendo a gritos la intervención de un ejército, pero no de soldados sino de psiquiatras. Pues la perversión y la miseria moral de ese sector de la sociedad vasca han llegado al extremo de ejercer el más puro y duro fascismo (violencia, asesinato, extorsión, intolerancia, acoso, amenazas) contra ciudadanos demócratas y servidores del Estado a los que insultan atribuyéndoles su propio comporta- miento intolerante y totalitario. Me pregunto cómo podrá esa gente soportar el acoso cotidiano de esa gentuza con la que están condenados a cruzarse por la calle, coincidir en la barra e incluso compartir escalera. De dónde sacarán el valor y el coraje necesarios para presentarse a unas elecciones y desempeñar su cargo teniendo que vérselas con matones que ejercen su fascismo visceral al tiempo que los insultan llamándoles, hay que joderse, fascistas. Siempre, claro está, que no pertenezcan a partidos nacionalistas, inmunizados frente al hampa abertzale (pronúnciese «aberchale») que los criticará en comunicados pero jamás les disparará a la nuca. Cuando en los ochenta los chicos de Herri Batasuna irrumpieron en los ayuntamientos de la ribera navarra los atónitos lugareños sólo acertaron a reaccionar con la chanza de llamar a los proetarras «averdechales», contracción castiza de «a ver de echarles». Lo cual acabaría logrando el Estado de derecho años después para satisfacción de víctimas, demócratas y gente de bien. La mala noticia tras las pasadas elecciones es que han vuelto, rearmados y envalentonados ante la debilidad de un gobierno que prefirió pactar con el terrorismo a intentar liquidarlo. Y ahí están los fascistas, los auténticos fascistas, los únicos fascistas que hay en este país, tan ufanos, sabedores de que ya no habrá de echales ni Dios.