Debido a la crisis económico-financiera y al desempleo galopante 2009 ha sido calificado como “annus horribilis”, y para muchos lo ha sido aunque las previsiones aseguran que debemos prepararnos para un 2010 todavía peor. Pero no todo fue mal en el año recién pasado y destacaré dos acontecimientos esperanzadoramente positivos y seguramente históricos, merecedores de mi aplauso.
El primero es la firme voluntad del gobierno de prohibir fumar en todos los lugares públicos cerrados, bares incluidos. Que la medida se esté ejecutando chapuceramente en dos tiempos, como denuncian con razón quienes tuvieron que obrar en sus locales para adaptarlos a la tímida Ley Antitabaco, no desautoriza una norma destinada a salvaguardar el derecho constitucional de los ciudadanos a la protección de la salud “tutelando la salud pública a través de medidas preventivas” (Art. 43). Dado que está científicamente demostrado que el humo del tabaco perjudica gravemente la salud incluso de quienes lo aspiran pasivamente, prohibiéndolo en espacios públicos las autoridades sólo hacen lo que deben, aunque sea tarde y mal. Se entiende el rechazo de los sectores económicamente afectados, pero deben aceptar la supremacía del interés general de la sociedad sobre los particulares porque esas son las reglas del Estado democrático.
La segunda buena noticia es el inicio de acciones legales para abolir el espectáculo de las corridas de toros. Detesto el antiespañolismo de los políticos nacionalistas pero la pelota ha ido a parar al tejado del parlamento catalán por impulso de una Iniciativa Legislativa Popular avalada por 180000 firmas de ciudadanos opuestos a la llamada fiesta nacional. Si finalmente se aprobara, estaríamos ante una ley intachablemente promulgada y democrática a más no poder por surgir de la calle y progresar por cauces legales. No entraré al trapo de calificar la corrida como un sádico ejercicio de refinada crueldad contra animales para diversión del respetable, aunque lo piense. Pero sí diré que me parece tan inaceptable manipular una legítima aspiración tachándola de antiespañola como el argumento de “al que no le gusten los toros que no vaya” esgrimido por el cerrilismo españolista; es como aconsejar al antiabortista que no aborte y en paz, o al no fumador que si no le gusta aspirar humo no entre al fumadero a tomarse un café. Quien crea sinceramente que las corridas degradan a la sociedad tanto como el tabaco a su salud debe luchar por su erradicación en lugar de mirar para otro lado. Así que apoyo a los promotores de medidas como éstas porque estoy convencido de que mejorarán nuestra civilización. Hala.