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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

De la mano del hombre

Antes de la hecatombe Haití ya era un desastre. Con casi toda su población sumida en la miseria tras siglos de esclavitud, colonialismo y dictadura a cual más feroz, el país más pobre vecino del más rico era ya una país desahuciado que jamás levantará cabeza, tirado en medio del turístico Caribe como esos indigentes en las aceras de nuestras zonas comerciales ante la indiferencia de autoridades y paseantes, hasta que llega el frío siberiano. Entonces las autoridades, más por la que les caería encima si palmasen de frío que por compasión, los recogen de los cartones y los cobijan hasta que una vez pasado el temporal puedan retirarles manta, techo y sopa y devolverlos a su intemperie hasta la próxima “acción humanitaria”. Todos sabemos que los haitianos malviven siempre bajo esa línea de la pobreza donde todo es hambre, enfermedad, ignorancia, explotación, violencia y miseria, pero no movemos un dedo para aliviarlo hasta que al enfermo incurable le sobreviene un empeoramiento temporal en forma de inundación, terremoto, tsunami, epidemia o cualquier catástrofe digna ya de abrir los informativos. Es entonces cuando a eso de la “comunidad internacional” se le abren las carnes ante las imágenes de los telediarios o las fotos de la prensa e Internet y, más por vergüenza o mala conciencia que por caridad, se moviliza enviando bolsas para ocultar de nuestra vista a los muertos tendidos al sol, perros adiestrados para rescatar supervivientes bajo los escombros con objeto de que puedan continuar su miserable existencia afuera y la “ayuda humanitaria” suficiente para que el enfermo abandone la uvi cuanto antes y regrese a su habitual estado de pésima salud anterior a la crisis con el fin de olvidarse cuanto antes del tema. Verán como, gracias a la impresionante respuesta de la solidaridad internacional, en pocos meses nos mostrarán imágenes del palacio presidencial y la catedral reconstruidos en tiempo récord para que los haitianos puedan seguir cuanto antes tiranizados y dar gracias al cielo por haber sobrevivido al caos, respectivamente. Y nos anunciarán que, “tras la terrible devastación producida por el terremoto, el país ha regresado a la normalidad”, es decir, al analfabetismo, el hambre, el PIB ínfimo, la renta mísera y la escasa esperanza de vida, gracias a nuestra solidaria limosna. Y entonces volveremos a olvidarnos de Haití como de Sierra Leona, Etiopía, Chad y demás puntos negros del planeta dejados no ya de la mano de un hipotético Dios sino de la de ese auténtico genocida por omisión que es el Hombre, o sea todos nosotros, cuyo grado de egoísmo nunca baja de 7 en la escala de Richter. Una barbaridad.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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