En los últimos años se está extendiendo a este lado del ecuador la moda de los días sin algo (en el otro, el año entero transcurre sin nada). Consiste en invitar a quienes lo tienen todo a prescindir por unas horas de alguna cosa, habitualmente devenida ya en imprescindible, con el cándido propósito de concienciar a sus usuarios de lo perjudicial que resulta. En los casos mejor intencionados la motivación es ecologista o por la sostenibilidad que se dice ahora. El Día sin Coche, verbigracia, persigue convencer de lo malo que es para una ciudad utilizar un medio de transporte absolutamente necesario para su funcionamiento, con la consiguiente alarma de los Ayuntamientos así privados de un Día sin Multas. El Día sin Bolsas de Plástico, por su parte, pretende que la Sra. María acarree las patatas abrazada a una bolsa de papel al estilo yanqui. El Día sin Compra (Buy nothing day) aboga por un consumo crítico y sostenible mediante la absurda pretensión de que consumidores compulsivos no compren nada. El ingenuo Día sin Ordenador (Shutdown day), a su vez, aspira a mostrarles las cosas buenas que hay fuera de la pantalla nada menos que a ciberpirados (es como invitar a las cuadrillas de bebedores a observar un Día sin Chiquiteo entregados a la lectura de los clásicos). Hace poco se propuso una Hora sin Electricidad (?) mientras los vegetarianos propugnan un Día sin Carne a cambio de meterse en el cuerpo tarta de zanahorias y cosas peores. Otras veces la jornada es reivindicativa, como el Día sin Móvil como protesta contra las tarifas abusivas, algo insoportable para los moviladictos (el día entero sin hablar, me refiero); o el Día sin Ruido, tan imposible de conseguir en este país como un Día sin Untar, o sin Noche. Una tercera categoría de días “sin”, propia ya de las sociedades más neuróticas de Occidente, incluye convocatorias tan absurdas, friquis o tramposas como el Día sin Pantalones en el Metro (No pants subway ride), que arrasa en Manhattan (y la remolacha sin sacar), el Día sin Bañadores en el que los nudistas saltan la alambrada (con grave riesgo de enganche) o ese fantasioso Día sin IVA en el que avispados comercios engañan a los compradores descontándoles el impuesto tras subir los precios durante la noche. Yo ampliaría el catálogo con celebraciones como el Día sin Sexo, cuyo fabuloso éxito de participación está asegurado, el Día sin Obrar (Apreton day), para descubrir la felicidad que proporciona desprenderse al fin de lo más íntimo abriéndose al exterior, el Día sin ir al Médico, que mejoraría el déficit en varios puntos, o el Día sin Políticos Aburriendo al Personal Llamándose Mentirosos Unos a Ochos. ¡Dios, qué cansos!