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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

La hora de los jueces

Lamentablemente no creo en la Justicia, madre teórica de las virtudes cardinales que consistiría en dar a cada cual lo que merece. Imaginen cómo sería no ya el mundo sino su barrio si así fuera. En su lugar hay jueces limitados que aplican como pueden leyes imperfectas para resolver, tantas veces injustamente, los conflictos humanos que les toca procesar. Tampoco creo en la Educación, o desarrollo y perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales y la adquisición de los buenos usos de urbanidad y cortesía a través de la enseñanza. Si así fuera nuestros bachilleres serían dandis cultivados, pero lo que hay es educadores coartados que hacen lo que pueden con los futuros mal educados que les caen cada nuevo curso. Pero todavía creo menos en la Sanidad o cualidad de sano o cuando menos saludable que nadie posee. Si existiera no habría sanitarios ni pacientes, pero lo que hay son médicos aventurando diagnósticos tantas veces equivocados y prescribiendo tratamientos a veces ineficaces o innecesarios sin parar porque así se lo exige la sociedad, como al profesor que enseñe o al magistrado que juzgue sin tregua, como engranajes necesarios para el funcionamiento de un diabólico artilugio que no es posible detener. Durante siglos, empero, juez, maestro y galeno gozaron del prestigio y el respeto de una sociedad que valoraba su entrega (eso significa “profesión”) otorgándoles aureola de autoridad. Pero un día se levantó la veda y el médico fue el primero en ser derribado de su pedestal para convertirse en un asalariado expendedor de remedios y solicitador de pruebas realizadas por máquinas en las que la gente confía más que en ellos. Luego cayó el profesor, ante el que antes temblaban los alumnos y ahora tiembla cuando ha de enfrentarse a ellos y sus papás. Ahora ha sonado la hora del asalto a la fortaleza judicial y la autoridad e independencia de los jueces empieza a derrumbarse como las murallas de Troya, con la impagable colaboración del corcel Garzón (caballo sería indigno de su ego), esa estrella mediática que tiene de juez lo que el doctor Mateo de médico o El internado de centro docente. Aquí se ha instalado la rebelión sin causa, el desacato impune y la desafiante desobediencia jaleada por insensatos ignorantes, porque, aún defectuosa, la autoridad institucional respetada por todos es imprescindible para que una sociedad no se desgarre. La esperpéntica demostración sindical de agitadores de variado pelaje injuriando al Tribunal Supremo en el paraninfo de una Facultad de Medicina, lejos de ser una escena de política ficción, representa la porquería de Estado en que nos estamos convirtiendo.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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