Ayer fue 40 de mayo, fecha límite recomendada por nuestro sabio refranero para quitarse el sayo, aunque en nuestro terruño esa fecha imaginaria, coincidente con el 9 de junio del calendario oficial gregoriano, es ante todo el aniversario de la promulgación de la Ley Orgánica que hace 25 años convirtió a la entonces paleocastellana ex provincia de Logroño en la comunidad benjamina de la España autonómica. Junto con el nombre, la bandera, el himno y el escudo, el Día de La Rioja constituye un signo de identidad de la riojanidad, palabra no admitida en diccionario alguno que definiría la naturaleza institucional de lo riojano, frente al riojanismo, que sí existe y además de significar giro o locución mayormente riojana (vgr.: si estaría, ahí en eso, esbarrar, canso, mucho malo, estiaño, qué chorra me importa, etc,) define el apego a los usos y costumbres propios de la región. O sea que desplegar la cuachicolor en el balcón el 9 de junio sería una expresión de riojanidad, como asar pimientos a comienzos de otoño es un ejercicio de riojanismo.

Mañana, 11 de junio, Logroño conmemora el rechazo hace cinco siglos de su particular francesada bajo la advocación del patrono San Bernabé, un discípulo directo de Jesucristo oriundo de Chipre que predicó con Pablo de Tarso, evangelizó Antioquía y murió en el año 70 lapidado en Salamina por judíos de la diáspora. Pero esta efeméride local pasará a un segundo plano hasta en la capital de La Rioja, porque mañana comienza el Campeonato Mundial de balompié donde la selección española, otrora la “furia española” y ahora “la roja”, parte por primera vez como favorita. Este invento de la roja es un eufemismo que quizá posea la virtud de permitir que incluso aficionados del Goierri o de Esquerra vibren ante el televisor con el equipo nacional español sin que les brote sarpullido ideológico, pero también está contribuyendo a dar de baja a la ya maltrecha idea de España como nación. Inmerso en una grave crisis poliédrica (económica, sociolaboral, institucional, política), este futbolero país podría recibir la mejor noticia en mucho tiempo si su equipo alzara la copa de campeón el 11 de julio en Johannesburgo. No me interesa el fútbol y no veré ningún partido pero me alegraré si lo consiguen, aunque sólo sea porque así muchos españoles recuperarán el legítimo orgullo de serlo y enronquecerán vociferando el auténtico nombre de su equipo, “España”, relegando esta vergonzante expresión de “la roja” que resulta de quitarle a La Rioja la i de ilusión o de identidad, pero sobre todo de Iniesta, prototipo de ídolo al que una sociedad desprovista de excelentes líderes adora sin pudor.