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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Español en el mundo

Zapeando hace unos descubrí un programa en el que un cocinero de aspecto chino, o quizá japonés, elaboraba un plato un poco raro. Pero lo que más me llamó la atención fue que el tipo se expresaba en perfecto castellano, sin el menor acento indicador de su origen regional como les ocurre a Arguiñano o la Ruscalleda, célebres telecolegas del japonés, o puede que chino. Supuse que sería nacido en España, de padres originarios de su país, o de padre o madre españoles. El caso es que escuchando con los ojos cerrados al simpático cocinerito (era muy bajito, o sea que lo mismo va a ser japonés) expresándose tan bien mientras guisaba su receta, ningún celtíbero nos lo imaginaríamos con facciones de chino y estatura de japonés (dejémoslo así, ¿vale?) sino con fenotipo de castellano viejo. El fenómeno de la inmigración en España ya no es nuevo, de manera que nuestros chavales de origen negroafricano, magrebí o asiático hablan exactamente igual (de mal) que los riojanos, y a lo que voy es a que lo que menos me hace sentirme frente a un extraño (que eso significa “extranjero”) o junto a uno de los míos no es el color de su piel, la oblicuidad de sus párpados, el rizo de su cabello, sus creencias o su indumentaria, sino la lengua en la que me habla. Para mí un individuo de origen subsahariano, marroquí, paquistaní o chino hablando español como usted y como yo es alguien más cercano y apto para relacionarme con él que un catalán, un gallego o un vasco dirigiéndose a mí en su lengua, pues el idioma común rompe barreras y el no compartido las levanta. Cuando hace poco volamos a Houston para conocer a nuestro nietito Adrián (no vean lo guapo y espabilado que es), el primer indígena con el que nos topamos, un negrazo que regulaba la cola de Inmigración, nos preguntó en español de qué parte de España procedíamos, y cuando se lo dijimos respondió que dónde estaba la botella de vino. Entonces recordé aquellos infames letreros del valle de Arán (provincia de Lérida) escritos en aranés, catalán e inglés, y les aseguro que en el aeropuerto de Houston, con todos sus rótulos en inglés y español, me sentí más en casa. El castellano es el segundo idioma vernáculo del planeta después del mandarín (y acortando distancias después de lo del cocinero, que al final va a ser chino) y hablarlo es abrirse puertas por doquier. Así que, ante la hostilidad desplegada en regiones españolas “bilingües” contra la lengua de Cervantes, o la patochada de las traducciones del Senado en el mismo Madrid, sentiría rabia si no me lo impidiera la consternación. Es lo que tiene ser ultranacionalista centralista chapoteando en el estiércol de la intolerancia.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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