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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Odiar el verano

Tras un duro invierno y una primavera otoñal al fin llegó el verano. Con sus muchas horas de luz y sus buenas temperaturas, la estación de las vacaciones es una gozada que invita a viajar, vivir a la intemperie, vestir ligero y disfrutar de la conversación sin prisa en torno a unas buenas cervezas. Pero no todos comparten esta idílica imagen de la época estival. Un amigo mío, que es un poco raro aunque buena gente, odia el verano con toda su alma. La primera vez que se lo oí vivía tan a gusto en un piso del centro, porque es de los que les gusta tener todo a mano y su oficina quedaba a dos manzanas de casa. Pero cierto verano le montaron un terrazón (mezcla de terraza y botellón) en la vertical del dormitorio y ahí comenzó su infierno. El día siguiente a uno de sus peores insomnios me tropecé con él y tan desquiciado estaba que maldecía el buen tiempo, por ser el causante de que “la puta gente” (sic) se echara a la calle en forma de impúdicos adefesios, que esa era otra, y porque, según su misantrópica visión del mundo, en un país sin respeto ni educación, tanto bípedo suelto equivale a ruido y molestias al prójimo, especialmente nocturnas.

Hace poco volví a encontrarme con él. Resulta que al final vendió el piso y se mudó a una urbanización de acosados lindante con un melocotonar donde, aislado del bullicio urbano, con su porche y su jardincito y sus vistas a Laturce, pensaba encontrar el sosiego al precio de coger el coche hasta para comprar el pan. Pero, lejos de ello, su aversión a la temporada estival había empeorado. En primer lugar por “los perros de vecinos insoportables” (resuelvan la ambigüedad sintáctica como prefieran) que le ladraban como a un intruso cada vez que se asomaba al exterior de su propia casa. Y por la despiadada tabarra de las verbenas y fiestecitas nocturnas de las urbas contiguas, cientos de vecinos sin pegar el ojo por la presunta diversión de media docena. Pero lo peor de todo, se conoce, era cuando salía a la zona comunitaria, hamaca en ristre, dispuesto a leer al fresquito del césped o hacerse sus treinta largos. Entonces, una tarde sí y otra también, hordas de adolescentes amigos de vecinitos invadían la zona cual plaga de saltamontes alborotadores, mal educados y peor hablados, que convertían su edén en una cancha y le obligaban a recluirse en casa. Entonces comprendí por qué le alegran los días nublados y aún más los de lluvia y que, al contrario de todas las personas que conozco, ansía la llegada del otoño porque el tiempo frío y desapacible, asegura, mantiene a la gente (esta vez les ahorro el calificativo) recogida en sus “cubiles”. Yo creo que mi amigo exagera un poco, aunque ya dije que es algo rarito. Bueno, bastante: creo que el domingo disfrutó de lo lindo con la tormenta.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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