Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Hispania, incluso la Tarraconense, está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles catalufos resiste todavía y siempre al invasor, envalentonados gracias a la poción mágica espumosa (cava) elaborada por el druida Codornix, que los coloca hasta creerse distintos a los otros hispanos. Obsesionados con la diferencia, han sustituido las crestas rojas romanas por caperuzas fláccidas de igual color (barretinae), el choritium por la botifarra, la jota por la sardana, la dulzaina por el flabiol del bardo Pantumaquix, hasta la “y” griega por la latina con tal de llevar la contraria y, en lugar de otear subidos a la empalizada como las demás tribus, trepan sobre sí mismos formando torretas humanas (“están locos, estos catalufos”). Por ser oriundo de la Bética, el jefe Charneguix, antiguo hombre de confianza del caudillo hispano Zetapero el Flojo, al que ha salido rana, no tiene derecho a poción, lo que lo convierte en un capum indébil pero mandonio. Necesitado de apoyos para mantenerse sobre el escudo, nombra lugarteniente a Joseluix, cabecilla más bien calva de una tribu tan bárbara que pretende una provincia independiente de Hispania y por tanto de Roma. En su afán, Joseluix manipula la aversión de algunos hacia las crueles matanzas de gladiadores en la arena para diversión de la plebe (gens respectabilis) proponiendo su abolición en la Catalufia Citerior, lo que logra con el apoyo de los clanes capitaneados por Caganerix y el astuto Tripercentix, enemigos mortales pero unidos por su tirria a lo hispanorromano. Indignados, masacreaficionados de Hispania y sur de la Galia presionan a Zetapero para que deponga a Charneguix, corra a barretinazos a Joseluix, destruya la marmita de Codornix y restablezca la festa nationis. Pero el Flojo, quien sólo le teme a una cosa: que una buena idea le caiga sobre la cabeza (aunque, como él dice, “esto no va a pasar mañana”), dispone modificar el espectáculo cambiando el desfile de los moriturum por el paseíllo de los matatorum, el casco por la montera, la red por la capa, el glaudium por el estoque, el spiculum de los equites por la pica y, lo mejor de todo (optimum), uno de los dos gladiadores por un toro que podría ser igualmente indultado por la chusma de la grada VII si fuese tan bravo. El tripartitum acepta gustoso y todos acaban celebrándolo en torno a una gran olla de jabalí autóctono (sus senglaris), brindando con poción mágica por el triunfo de la civilitas sobre la barbarie mientras Charneguix, amordazado y atado a un árbol, patalea por su exclusión de la escudellada bajo el estandarte tribal (quadribarrae) con la inscripción SPQR (Som Pitjors Que Roma*).
* Somos Peores que Roma (N. del A.)