El culebrón de las candidaturas socialistas madrileñas a las elecciones autonómicas y municipales del año que viene no hubiera tenido tanta repercusión mediática de no haberse producido en pleno estiaje político agosteño. Parece un asunto de ámbito regional y hasta doméstico, pero ejemplifica el verdadero objetivo de esas formidables maquinarias de ingeniería social que son los partidos políticos: la conquista del poder. Como sea. En el caso del Secretario de Estado para el Deporte, el sofisma propuesto al votante sería: España es un gran éxito deportivo, Lissavetzky es el responsable del sector, ergo también será un excelente alcalde. Todas las entrevistas al político de moda se centran en las recientes hazañas deportivas españolas, pero en ninguna explica el alcaldable qué problemas ha detectado en la Villa y Corte y cómo piensa resolverlos. Eso ya se verá, caso de ganar; el cartel electoral no busca preparación sino buena imagen.
En cuanto a Trinidad Jiménez, si tan buena está siendo su gestión como Ministra (no será por los muchos millones de euros tirados a la basura en vacunas que sólo han servido para forrar a sus fabricantes y a expertos de la OMS corruptos), que siga en Sanidad. Pues a partir de ahora sólo se dedicará a hacer campaña y, si gana, su sucesora sólo permanecerá en el cargo unos meses durante los que no podrá hacer nada salvo asegurarse otra suculenta pensión de ex ministra (eso, si no desaparece el Ministerio). Pero no se trata de poner al frente de la comunidad más rica de España a una buena gobernante, sino a una rival de sonrisa profidén capaz, según las encuestas, de derrocar a esa sota de Aguirre (me viene a la cabeza el desastre sanitario que provocó Aznar sustituyendo a mitad de legislatura al eficaz y serio Romay por aquella locatis de la Villalobos).
Proponer candidatos competentes a gobernantes es grave responsabilidad de los partidos, pues quien paga las consecuencias de su ineptitud es el pueblo. Hace diez años el gran PSOE eligió como jefe a un sujeto que no sabía, no ya gobernar sino hacer la o de oposición con un canuto (e incapaz, ya Presidente, de aprender Economía en dos tardes), y qué lodos de aquellos polvos les voy a contar que no sepan. No extrañe que quiera imponer a su candidata a presidenta de Madrid sobre el preferido democráticamente por las bases, si cree que así logrará más poder. Poder, no como un medio para procurar bienestar a los ciudadanos a través de la acción de gobierno, sino como un fin en sí mismo: el control absoluto del Estado y de sus súbditos anulando a los demás grupos políticos. Y esto no sé ahora, pero antes lo llamaban totalitarismo.