La Gran Fiesta del Paro
La tradición judeocristiana basada en el Antiguo Testamento sostiene que la protopareja de hecho fue expulsada del Edén por probar la fruta prohibida (¿sexo?) con una doble condena: parir con dolor, ella, y ganar el pan familiar con el sudor de la frente, él. Un millón de años después, sus descendientes nos las seguimos apañando para desobedecer los mandatos divinos, de tal manera que hoy es posible dar a luz sin dolor y vivir sin dar golpe. Lo primero se ha conseguido gracias a la epidural y lo segundo a los sindicatos. En consecuencia, una visión del Juicio Final debería incluir anestesistas y liberados sindicales réprobos (en proporción de uno a mil) arrojados al fuego eterno mientras practicantes del parto natural y autónomos ocupan gozosos su rinconcito de paraíso ganado a base de contracciones y sobaquina, respectivamente. Pero no es del todo cierto que los sindicalistas no la hinquen. Una huelga general, por ejemplo, tiene que darles mucho curro. Después de organizarla, predicarla e intentar imponerla deben de quedar tan exhaustos que se les quiten las ganas de repetir, y así se entiende que sólo monten una cada lustro. No obstante, con ser intenso, el trabajo preparatorio de una huelgaza quizá no baste para merecer la absolución en el Juzgado de Última Instancia. Pues, al contrario del esfuerzo destinado a emprender, producir, crear riqueza, ganarse, en fin, ese “pan” simbólico del bienestar, la energía sindical que genera la promoción de una huelga se emplea en movilizar a la sociedad para paralizarla, en una suerte de perversión de la actividad humana. Resulta curioso que las grandes festividades sindicales, tanto fijas (1 de Mayo, “Fiesta del Trabajo”) como móviles (paros y huelgas) se celebren, paradójicamente, holgando. El caso es que los sindicatos de clase dicen defender los derechos de los trabajadores, pero el primero y principal es un puesto de trabajo y, en lugar de luchar por ello, el miércoles próximo emplearán todas sus fuerzas en intentar que no ejerzan ni los cuidanietos, utilizando los métodos coactivos de siempre para, abusando del derecho de huelga, impedir el del trabajo. Pues quienes se la juegan el 29-S no son los convocados sino sus desprestigiados convocantes, más preocupados por la supervivencia de su tinglado y por su paro de un día que por el indefinido de millones de ciudadanos. Pero no se menosprecien los posibles efectos de esta huelga porque tras las de 1998 y 2002 González y Aznar retrocedieron en sus reformas laborales, con negativas consecuencias económicas para un país gobernado hoy por un presidente más endeble y además afiliado a una de las peñas organizadoras de la Gran Fiesta del Paro. Puede ser como un piquete de zorros conminando a la gallina a que no ponga.