Hace ahora diez años, un puñado de pioneros entusiastas (entre los que destacaron Javier Marión, Merche Carreras, Raquel Pérez, Eduardo Parra, Jesús Álvarez y Antonio Linares) acelerábamos los preparativos para la apertura de la Fundación Hospital Calahorra, que tuvo lugar el lunes 18 de diciembre de 2000 para satisfacción de los riojabajeños y especialmente de los calagurritanos. Atrás quedaba una inmensa labor que sólo quien ha trabajado por la transformación de un edificio vacío en una de las organizaciones más complejas que existen, partiendo de cero y contra el reloj, puede valorar justamente. La selección del personal entre miles de candidatos, la resolución de los concursos de material y el complejo diseño organizativo de los circuitos asistenciales, basados en la orientación al paciente y la gestión clínica por procesos con criterios de calidad y mejora continua, fueron un trabajo ímprobo cuyo fruto, la excelencia, no tardaría en alcanzarse y ser reconocida. La empresa fue especialmente ardua porque el nuevo hospital nacía bajo una de las nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud creadas al amparo de la Ley 15/1997 (empresa públicas, fundaciones, concesiones) que, manteniendo la titularidad pública y el mismo servicio público asistencial, universal y gratuito que los centros tradicionales, proporcionaba mejores herramientas de gestión al estar dotadas de personalidad jurídica y establecer con sus trabajadores un vínculo laboral no funcionarial y un sistema retributivo con parte variable ligada al logro de objetivos. Comunidades autónomas de todos los colores políticos abrieron hospitales con estas novedosas formas de provisión de servicios y algunos creímos que se iniciaba un proceso de transformación sin marcha atrás que iría acabando con el viejo modelo de gestión sanitaria crónicamente aquejado de rigidez, burocracia, hipertrofia, ineficiencia y baja productividad. El tiempo, sin embargo, puede dar la razón a los que auguraron todo lo contrario: que los hospitales como la FHC, cuyo arraigo ya fue dificultoso en un terreno de rechazo e incomprensión abonado por sectores mal informados o peor intencionados (matraca de la “privatización” de la Sanidad), acabarían convertidos en mediocres hospitales comarcales a la antigua usanza tras ser engullidos por el pez grande, como ya ha ocurrido en otras comunidades. Pues bien, más que nunca en los malos tiempos que corren, y peores que nos aguardan, la forma de gestión que alumbró al Hospital de Calahorra hace una década resulta modélica para la sostenibilidad de nuestro magnífico sistema sanitario público y, como tal, no sólo debería preservarse sino extenderse a los demás hospitales de la red pública. No bebo.