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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Señas riojanas

Cuando en Baleares hay marea baja, La Rioja es la Comunidad autónoma más pequeña de España. Sólo que aquí no estamos rodeados de agua sino por otras regiones (País Vasco, Navarra, Aragón, Castilla y León) más grandes, más pobladas y, para qué engañarnos, con más cosas que ver (aunque menos que beber), sean monumentos o espacios naturales. Va para mil años que nuestra región pasó de ser cabeza del ratón najerino-pamplonés a cola del león castellano y desde entonces y hasta 1982 la castellanovieja provincia de Logroño fue una reconocida comarca vitivinícola, y poco más. Pero el reparto de café autonómico para todos nos distinguió con un Estatuto que obligaba a dotarse de señas de identidad que lo merecieran (es como escribir la novela después del premio) y nos diferenciaran en algo de nuestros potentes vecinos. Algunas, como una prestigiosa cultura enológica o el Camino de Santiago, ya estaban consolidadas y no necesitaron mucha mercadotecnia. Otras, como la bandera, el himno o el Día de La Rioja, tuvimos que inventarlas. Y para incorporar alguna más hubo que remontarse a la Alta Edad Media y hasta al Jurásico. Me refiero a las Glosas Emilianenses y a las huellas de dinosaurios, modestas bazas diferenciadoras a las que, las cosas como son, se les está sacando hábilmente todo el juego que pueden dar, y ahí están los Yacimientos, Cilengua o el Pachimonio de la Humanidad; no es mucho, pero quizá suficiente para una región tan pequeña. Así que con huellas, lengua y vino La Rioja andaba su camino, mas hete aquí que nuestros acaparadores vecinos, no contentos con sus señas de identidad (la ikurriña o el levantamiento de pedruscos, las pinturas rupestres o la anchoa santoñesa, las catedrales góticas o el lechazo asado y el cachirulo o la nobleza baturra, entre otras), nos atacan en todos lo frentes para arrebatarnos las pocas que tenemos los riojanos. Ahora resulta que San Millán vivió en Valderredible (Cantabria), que en Teruel hollaron terópodos más grandes que los nuestros, que en Valpuesta (Burgos) se escribieron los primeros renglones en castellano, que Hug el troglodita garabateó palabras en euskera en una cueva alavesa siglos antes que los dugu dugu de Yuso y, ya ni lo más sagrado se respeta, hasta hay quien pretende criar mejor morapio que el rioja. ¿Por qué nos hacen esto? ¿Se han compinchado para jugar sucio con nuestras señas? ¿Qué será de nuestra endeble riojanidad si continúan cayendo uno tras otro los mitos que la sustentan? Menos mal que aún nos quedan Pedro Sanz mandando y Kiko Aldama pretendiéndolo, intocables, incombustibles, inapropiables, cretácicos. El día que dejen de serlo, todo habrá terminado.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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