El mundo es un valle de lágrimas que todos contribuimos a regar, pero hay muchas clases de lagrimeo. Está el puramente físico, provocado por una irritación ocular como el gas lacrimógeno, el viento frío, el humo o el pelado de cebolla, aunque en estos casos más que llorar tú te llora el ojo, que es distinto. El líquido lagrimal es necesario para el buen funcionamiento del órgano visual, donde ejerce diversas misiones: lubricante, óptica, bacteriostática, protectora, etc. Pero en el ser humano, el origen del derramamiento de lágrimas por exceso de producción es mayormente emocional. Lloramos de ternura, de risa, como desahogo de una tensión o de emoción ante una buena noticia y hasta de placer, pero lo más frecuente es llorar de pena. La tristeza es la principal fuente de lágrimas que anega el valle de nuestras vidas, y siempre habíamos creído que el llanto era el producto final de la congoja, que las lágrimas eran a la desventura lo que las gotas de lluvia al nubarrón que las descarga, y ahí se acababa la historia. Sin embargo, la revista Science acaba de publicar el sorprendente descubrimiento, investigado por neurobiólogos israelitas, de una nueva función del llanto por amargura: las lágrimas femeninas contienen una señal química capaz de disminuir la excitación sexual del varón. En el estudio doble ciego, un grupo de señores olió suero salino y otro lágrimas derramadas por señoras mientras veían películas tristes; el resultado fue que los oledores de lágrimas consideraron menos atractivas sexualmente a mujeres fotografiadas y se redujeron sus niveles de testosterona y la actividad de la zona cerebral asociada con la excitación sexual. Mi primera reflexión al respecto es que, por mucho que la investigación se haya realizado en la patria de Jeremías y el Muro de las lamentaciones y aparezca en una publicación tan prestigiosa, no deja de ser una extravagancia científica, a que sí. La segunda y más profunda es que, a la espera del experimento inverso (mujeres olisqueando lagrimones de hombres afligidos, quizá tras perder el derbi) y, teniendo en cuenta que “el matrimonio es un intercambio de malos humores por la mañana y de malos olores por la noche”, si olfatear una secreción corporal absolutamente inodora como las lágrimas ya inhibe la libido, no quiero ni pensar en las desastrosas consecuencias que las emanaciones de sobaquina, halitosis y pinrel cabraliego producirán entre bajera y encimera. Sabíamos que hay amores que matan y ahora conocemos que hay olores que matan, el amor. Un traicionero zullón de caparrones potenciados con berza, de hecho, puede acabar en divorcio. Science pura.