No sólo no tengo nada contra los animales sino que considero merecedores de una existencia digna y respetable a todos los seres vivos, sean morlacos, serbocroatas o geranios. Menos aún contra las mascotas, que tanto bien procuran a sus beneficiados poseedores, lo mismo si son azaleas, mucamas o perritos falderos. A propósito de estos, me parece estupendo que los poseedores de perros los saquen de paseo a compartir calles y parques con tanto bicho que anda suelto por ahí afuera. Pero no es aceptable que los chuchos urbanos marraneen los espacios públicos jiñando donde les venga en gana y rociando con sus orines fachadas, árboles, puertas, farolas, semáforos, ruedas o cualquier cosa que se les ponga a tiro del meato, bajo la complacida observación de sus voluntariosos dueños, que son los auténticos ensuciadores porque los animalicos qué van a hacer. Aparte de insalubre, callejear sorteando zurullos y regueros de pis procedentes de finca urbana con destino a bordillo incluso en la ciudad donde mejor se vive de España (donde peor, qué tendrán que ir esquivando los peatones: ¿vomitonas leguminosas?, ¿ratas muertas?, ¿boñigas?) es una ascosidad propia de lugares, iba a decir tercermundistas pero dudo que allá prefieran pasear perritos a zampárselos. Con todo, lo peor de la evacuación perruna callejera son las meadas. Porque, con respecto a las mierdas, cada vez son más los perristas que las recogen, entre otras cosas porque las ordenanzas municipales sancionan la libre expulsión canina de “deposiciones sólidas”. Pero de las líquidas, quizá porque la mojadura en pared es menos llamativa que el mojón en baldosa, ni mención. Pues, aprovechando el relevo en los ayuntamientos, invito a cada uno de los flamantes nuevos gobiernos municipales a lograr fama mundial siendo el primero en imponer el pañal a todo cánido que ponga sus patas en la vía pública. Ya están inventados -los hay desde braguita-pañal desechable hasta lavables multiuso y hasta la talla XXXL, lo que llegado el caso permite compartirlos por otros miembros de la unidad familiar necesitados- y muchos amos los utilizan para preservar la moqueta o el sofá del goteo de la perra en celo o del perro viejo con esfínter flojo; pero para la excreción fisiológica no, claro, que para eso está la calle. Pues, si no entienden que los demás tampoco queremos la guarrería que ellos evitan en su casa (¿por qué no les dejan marcar su verdadero territorio permitiéndoles mearse u obrar sin paquete en el salón?), la autoridad ha de hacérselo ver. El multacan ensayado en otras ciudades se ha mostrado ineficaz por lo dificultoso de pillar al infractor in caganti, pero nada más fácil que detectar un bicho sin pañal. Y cubierto el perro, se acabó la caca.