(Ejercicio de microgestión)
Una de mis secciones favoritas de este periódico es el “Teléfono del lector”. Los motivos de las llamadas son muy diversos pero casi todos los días se publica alguna relacionada con la Sanidad, incluible en una de estas dos categorías: quejas (las más) y felicitaciones (las menos). Curiosamente, los destinatarios de los parabienes suelen ser unidades o servicios asistenciales concretos, incluso profesionales con nombre y apellido, mientras que los reproches van dirigidos contra el mal funcionamiento de “la sanidad riojana”. Como si las cosas buenas fuesen obra de un personal que, en cambio, nunca es responsable de las malas, cuando tanto unas como otras son fruto de actos humanos concretos y que “la sanidad” no es otra cosa que un conjunto de personas con obligaciones, responsabilidades y tareas bien definidas. Sin ir más lejos, hace pocos días un beneficiario de la sanidad riojana pública, universal y gratuita se quejaba de haber esperado tres horas a que le hicieran el electrocardiograma del estudio preoperatorio – una prueba que, como bien decía, “dura apenas cinco minutos”- porque estaban nada menos que 60 personas esperando la exploración y sólo una enfermera realizándolas. El comunicante criticaba lo que consideraba falta de personal y no entendía cómo pueden decir que la famosa sanidad riojana funcione bien: “será para el que puede pagar una consulta privada”, concluyó antes de colgar.
Recién vuelto de los E.E.U.U., un país donde tienes que rezar para que no te pase nada porque casi nadie es tan rico como para poder pagarse una sanidad “todo incluido” como la nuestra (te pueden soplar 500 dólares por el ECG del preoperatorio, y eso pagando un seguro), dan ganas de contestar al amable lector que no sabe lo que tiene con esta impagable sanidad pública nuestra, aunque quizá no sepa valorarla porque efectivamente no tiene que pagarla desembolsando por cada consulta, prueba o intervención. Pero, pensándolo mejor, el hombre lleva parte de razón con lo del mal funcionamiento. Porque, a ver, no hace falta ser un genio de la gestión sanitaria para saber que 60 pacientes x 5 minutos por electro = 300 minutos necesarios para obtener todos los registros. Citando a los pacientes cada cinco minutos, en lugar de a la misma hora, resulta que si fueran puntuales nadie esperaría apenas y al electrocardiografista aún le quedarían, así que son: 7 horas de jornada laboral, o sea 420 minutos, menos los 300 de las pruebas, igual a dos horitas nada menos disponibles para otras actividades, incluida la de tomarse un merecido tentempié a media mañana. ¿Ve usted, hombre de Dios, cómo no falta personal ni hay que pagarse una consulta privada?