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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

La insoportable vaciedad del estar

En mi clase de bachillerato (plan de 1953) vegetaba un tipo tan perezoso y abúlico que, cierto día, uno de los cuervos –así llamábamos a los marianistas por vestir de luto riguroso- , harto de su desesperante pasividad, voló desde la tarima hasta su pupitre y, con el rostro encendido como un diablo, le increpó entre perdigonadas: “Usted no es un ser: ¡es un estar!”. Anatema existencialista que, por supuesto, no inmutó la pachorra de aquel elemento al que imagino prejubilado por la vía heroica, esto es, operado de algo sin mucha falta. Sin pretender realizar –por obvia incapacidad- un profundo análisis filosófico sobre la diferencia entre existencia y estado, les participo una reflexión sobre el empleo que los corrientes hacemos del “ser” y el “estar” refiriéndonos al papel que nos ha tocado desempeñar en el teatro de la vida. Básicamente, las personas afirmamos ser aquello de lo que nos sentimos satisfechos u orgullosos, hasta el punto de declararlo sin que se nos pregunte, independientemente de la cualificación o “categoría” social de la actividad en cuestión. Ejemplos: “soy notario”, o profesor, o médico, o militar, pero también carnicero, albañil, pastor o guardia. En cambio, la más que probable insatisfacción derivada de un oficio o empleo cuyas indeseables tareas no queda más remedio que desempeñar, suele delatarse respondiendo al “a qué se dedica” con un desganado “estoy de” que pretende marcar distancias entre lo que uno hace, generalmente por debajo de sus aptitudes o ambiciones, y lo que le gustaría hacer. Así, “estoy de vigilante”, empleado municipal de limpieza (antes barrendero), dependienta, repartidor o pescadera, ocupaciones tan dignas y beneficiosas para la sociedad pero que quizá no satisfagan expectativas. “Ser” algo (y no digamos alguien) expresa realización; “estar de” algo, resignación. La clave que determina las condiciones de pertenencia a una u otra naturaleza es esa mezcla de formación y capacidad que denominamos competencia. Uno debe llegar a ser en la vida aquello para lo que vale y además se ha preparado. No llegar a ser lo que se debe frustra, desde luego, pero estar de lo que no se merece también puede ser usurpación. No desfallezca, amigo lector, porque ya termino de aburrirlo con esta disertación ontológica barata ofreciéndole un ilustrativo ejemplo de esto último: doña Leire Pajín, esa señora tan basta (puede “nombrar a quien le salga de los cojones”), tan ignorante (“diabetis”, “cónyugue”, “el Euribor baja por la buena gestión del Gobierno”), tan hembrista (“El PIB es caramente masculino”) y tan maleducada (véanla estirándose cual orangután en su escaño buscando “Pajín bostezando” en Google imágenes) no puede ser Ministra de Sanidad. Pero de eso está. Con un par.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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