La palabra “responsable” posee dos significados de distinto matiz. Uno, amable y de carácter encomiástico: responsable es quien que cumple y con esmero sus obligaciones (“Fulano es responsable”). El otro, en cambio, desprende un desagradable tufo coercitivo: “obligado a responder de algo o por alguien” (“Fulano es el responsable”). Actuar de modo irresponsable perjudica con frecuencia a inocentes, pero no siempre es posible exigir una reparación ante la Justicia, ni identificar siquiera a los responsables de la irresponsabilidad causante del daño. Desde un punto de vista antropológico, la responsabilidad es un estilo de vida, excelente sin duda. Un individuo ejemplarmente responsable es íntegro, puntual, buen pagador, fiel, trabajador, legal, atento, escrupuloso y buen gestor de afectos, conflictos y recursos. Pero nuestra compleja sociedad ha establecido otras clases de Responsabilidad, de talante impositivo. La más grave, la Penal, se aplica en la comisión de delitos tipificados por el Código homónimo (ejemplo: acertarle con el tiesto de los geranios en plena bóveda craneal a ese malnacido que aún tiene la desfachatez de presentarse en casa). La Civil, cuando sin llegar a delinquir se produce un daño que ha de repararse (ejemplo: precipitarse accidentalmente la misma maceta desde la ventana en la vertical exacta de un desconocido peatón con pésima suerte). La Moral o Ética es un tipo de responsabilidad no jurídica que exige realizar correctamente lo correcto de acuerdo con las normas o costumbres establecidas, aunque sin obligación de resarcir de no hacerlo (ejemplo: molestarse en colocar una barra que sujete bien los malditos tiestos en el vierteaguas de la ventana para evitar accidentes). Pero, desde la instauración de la democracia, es este país ha surgido y se ha desarrollado con extraordinaria fuerza un nuevo tipo de responsabilidad: la Política. Nadie sabe con certeza en qué consiste, qué leyes la regulan, qué tribunales la juzgan ni cuáles son las condenas, pero básicamente se trata de culpar al enemigo político (lo de “rival” reservémoslo para las democracias no cainitas) de cuanto malo le sucede a la ciudadanía. Retomando el ejemplo de la caída del tiesto (metáfora de otras peores como las del PIB, el empleo, las pensiones o los sueldos) lo más probable es que la oposición al gobierno municipal de turno acabe acusándolo de ser el auténtico responsable del descalabro por no haber regulado el uso floral de los alféizares, cosa que ellos tampoco hicieron cuando gobernaban ya que les importa bastante menos que desgastar al partido gobernante con el único fin de arrebatarle el poder en las siguientes elecciones. No sé si me he explicado.