Conocen de sobra mi opinión sobre ese lamentable espectáculo de tortura y muerte de animales para diversión del llamado respetable que sus apologistas consideran un arte. Así que me supondrán muy contento por la decisión tomada hace un año por el parlamento catalán de prohibir las corridas de toros en su territorio. Pero no lo estoy, o al menos del todo. Abolir cualquier sufrimiento cruel infligido como festejo popular a seres dotados de nocicepción (capaces de sentir dolor, vamos) es una buena noticia para quienes aborrecemos esos espectáculos, pero la prohibición catalana fue ante todo una exhibición de cinismo político, pues la mayoría de los diputados no la apoyaron por amor a los animales sino por aversión a una España taurina de la que su fantasía secesionista quiere marcar cada vez más diferencias. Resulta llamativo que, disponiendo de libertad para votar, todos los defensores de la independencia de Cataluña apoyaran en bloque la propuesta. Libertad que, en cambio, los partidos no concedieron a sus peones parlamentarios para votar algo mucho más trascendental para una sociedad como el aborto libre. Seguro que muchos de los que votaron contra la muerte de los toros en el ruedo fueron los mismos que aprobaron la de seres humanos, aún no nacidos, en el vientre de su madre.
Desde un punto de vista técnico (iniciativa popular tramitada y votada por sus representantes legales) el proceso destaurinizador de Cataluña ha sido impecablemente democrático, pero la teórica cuestión de respeto a los animales fue e hecho manipulada por politicastros desconectados del pueblo para llevar el toro a su terreno, que es el de la independencia. Bueno, pues esto pasa porque existe un parlamento catalán, y mañana el vasco puede prohibir los pasodobles, el gallego la tortilla de patata o el balear el castellano, los churros o la siesta. Ahora bien, yo que los mal llamados taurófilos catalanes (en realidad son antitaurinos, pues “taurófilo” significa “amigo de los toros”) no me preocuparía. Si las autoridades de esa comunidad autónoma con delirios de soberanía se han instalado con absoluta impunidad en la rebeldía institucional y se pasan sistemáticamente por el arco del triunfo las sentencias de los altos tribunales del Estado del que mal que les pese emana su autonomía, ¿con qué autoridad impedirán a las cuadrillas de matachines hacer el paseíllo en la Monumental el próximo año porque lo haya prohibido el mismo parlamentillo que insta a la desobediencia de la ley? El govern está desacatando, ¿quién lo desacatará? El desacatador que lo desacate, buen desacatador será. Pero, por favor, no digan que fui yo quien les dio la idea. Ya saben que soy contrario a la “fiesta”.