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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El carril de la izquierda

El carril de la izquierda

Si un logroñés desaparecido hace décadas levantara la cabeza, seguramente enmudecería de asombro contemplando el crecimiento y la transformación de una ciudad de 152.000 hígados que en 1981 contaba con 111.000 y tan solo 61.000 en 1960. Sin duda, llamarían especialmente su atención edificios tan notables como el auditorio Riojanorum, el circo de fieras de la Ribera, el estadio más grande del mundo (Las Gaunas, jamás se llena), el Palacio de Dos Deportes, el apeadero más lujoso de Europa, los hipermercados, la peatonalización, la conversión de la orilla del Ebro en un estirado parque y, en fin, la extensión de la ciudad allende un ferrocarril en vías de soterramiento. Pero una de las cosas que más le chocarían es la abundancia de rotondas en una ciudad que hace pocos años ni las conocía y donde hoy resulta casi imposible conducir cien metros sin toparse con una. En principio, la idea de una autorregulación “inteligente” de la circulación de vehículos en los cruces de calles en función de la densidad del tráfico, frente a la ordenación ciega impuesta por los semáforos, no es mala. Pero sucede como con los pasos de cebra: que están pensados para países civilizados donde la gente piensa en los demás y los respeta cediéndoles el paso si poseen la prioridad del peatón que cruza la calle por donde debe o del conductor que ya circula por la rotonda. Y, en este país de maleducados, agresivos, prepotentes, temerarios y cagaprisas, casi todos vamos lanzados al volante, y pobre del que se nos ponga por delante: la proliferación de rotondas parece fomentada por carroceros y fisioterapeutas. Aunque no toda la culpa de los accidentes producidos en ellas a diario es de los conductores; está ese absurdo carril de la izquierda, cuya función nunca lograré comprender. A ver: al endemoniado remolino rotondil se puede entrar por la derecha o por la izquierda, pero sólo se puede salir con seguridad por aquélla. Por eso el carril derecho es preferido por los conductores más prudentes, cuya paciencia para soportar la fila de acceso es recompensada con una escapatoria menos arriesgada del tiovivo. Siempre, claro, que no te ataque por babor ese listillo de turno que se ha colado hasta el ojo del torbellino por una vía que no conduce a ninguna parte, que supone un amenaza para los otros y que para abandonarlo ha de pasarse obligatoriamente a la otra, casi siempre invadiéndola peligrosamente. Así que, si circular por el carril izquierdo con intención de avanzar rápidamente sólo sirve para embrollar la rotonda, marear la perdiz, poner en riesgo a todos y acabar saliendo del lío forzosamente por la derecha, ¿qué sentido tiene escogerlo?

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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