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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Conocidos

Hay quien sostiene que en España las cosas ya no son como antes. Que, desde el advenimiento de la democracia, ciertos hábitos corruptivos que empapaban nuestro ajado tejido social como el vino generoso al bizcocho borracho han sido erradicados; me refiero a prácticas como el enchufe, la recomendación, el unte, el favoritismo y la pequeña prevaricación del agente o funcionario amiguetes. Que, tras doce elecciones generales, somos un pueblo democráticamente maduro, reconducido por la senda de las libertades y guiado por principios tan sagrados como el ejercicio de derechos inviolables, la igualdad de oportunidades según mérito y capacidad y ante la ley o el ejercicio de la política y la función pública entendidas como un servicio a todos los ciudadanos por igual. Pues, en mi opinión, nada más lejos de la realidad. Algo habremos avanzado, sin duda. Pero no por convicción, sino porque no queda otra. El español continúa siendo un personaje indómito para el que no están dictadas las normas y que si no incumple, defrauda o hace lo que le sale del bajo vientre es porque no puede. Y es que, por mucha democracia de que se presuma, siglos de picaresca nacional no desaparecen fácilmente del comportamiento cotidiano de generaciones de celtíberos amaestrados en las malas artes de la trampa, la irregularidad cuando no ilicitud, el trapicheo o la chapuza.
Valga como muestra la innegable supervivencia en nuestra sociedad de la figura del amigo, amiguete o simple conocido como medio imprescindible, no ya para obtener favores o un trato privilegiado, sino cosas a las que se tiene todo el derecho. Empresas en principio tan arduas como eludir una sanción, agilizar un trámite, obra o instalación, obtener una plaza escolar, una licencia municipal o una consulta son pan comido si se está en condiciones de responder afirmativamente al “¿y no conoces a nadie que te eche una mano?” sugerido como único remedio al desespero. Porque, hoy como antes, contar con un conocido en el hospital, el ayuntamiento, la consejería, la empresa, la delegación o la oficina siniestra de turno sigue siendo en este país la única garantía de culminar con éxito cualquier gestión. El conocido es el ariete que nos permite traspasar el muro del formulismo, el expediente o la burocracia, el conseguidor que nos conduce por los atajos oficiosos que existen entre cualquier procedimiento y su administración, el facilitador que tiende puentes, abrevia diligencias, obtiene tratos preferentes y se salta pasos en aras de una eficacia tantas veces interesada (“hoy por ti, mañana por mí”). El afán nuestro de cada día nos resultaría menos penoso a todos si todos nos tratásemos como conocidos.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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