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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

En efigie

La definición académica de odio ( “Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”), aclara sólo el aspecto pasivo del concepto, la versión contenida de su ejercicio. Pues la condición de odiador sólo alcanzará su plenitud cuando la inquina que envenena su sangre adquiera tal concentración que lo impulse a actuar contra el odiado. Entonces sobrevienen la agresión, el daño y hasta la eliminación física del objeto de encono, que no necesariamente acabará con éste. Su despiadada represión de la herejía, por ejemplo, llevó a los inquisidores al pavoroso extremo de desenterrar cadáveres de presuntos herejes, acusados de serlo tras su muerte, para quemarlos en la hoguera dejando claro que ni la muerte los libraría del brazo secular. Otra práctica siniestra del “santo oficio”, la quema en efigie de los condenados por herejía o brujería que no habían caído en sus garras, inauguró una variante incruenta de intolerancia que aún perdura: la combustión simbólica de lo que, más por falta de medios que de ganas, no se puede aniquilar de verdad. En el telediario vemos con frecuencia imágenes de excitadas turbas islámicas pegándole fuego a las banderas de EEUU e Israel, o a retratos de gobernantes aborrecidos, propios o ajenos. Sin ir tan lejos, en España coexisten prácticas piromaníacas tan ancestrales como las quemas rituales de los odiados Judas con esporádicas cremás de fotos invertidas del abominado Rey de España con que lenvantiscas pandas antimonárquicas vengan la agresión borbónica sufrida por su pueblo hace tres siglos. Pero el castigo infligido a los poderosos inaccesibles por la chusma justiciera que admira y envidia al príncipe azul hasta que lo denigra cuando se da cuenta de que puede ser tan humano (o sea, tan sinvergüenza) como ellos, se aplica ya de otras maneras. Algunas, tan refinadas como la degradación de sus figuras expuestas en el Museo de Cera en el caso de los yernos de don Juan Carlos que, como los príncipes encantados en los cuentos infantiles, le han salido rana. Al primer expulsado del Salón de los Reyes, Marichalar, lo medio escondieron detrás de un burladero aprovechando su afición a las corridas. Y al Urmangarín éste, como jugaba al balonmano, lo han confinado al banquillo, de los jugadores por ahora. Se ve que este museo no tolera que un miembro de la familia real sea corrupto, pero un deportista de elite, sin problema. Si se trata de amortizar la inversión de un costoso muñeco en plena crisis, lo entiendo. Pero entonces ya me veo a la efigie de ex ZP pasando de la sala de los Políticos al Tren del Terror, donde pondría las cejas de punta presentando su candidatura a la secretaría general del PSOE, sobre todo a sus horripilados correligionarios.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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