Ya saben que ha capotado Spanair dejando a una multitud de pasajeros en tierra y, lo que es peor, a 2.604 trabajadores en la calle. La prensa publicó hace poco una foto relacionada con este asunto que me impactó. Ya sé que una imagen vale más que 2.700 caracteres (con espacios), pero como no se la puedo enseñar –con perdón-, trataré de describírsela antes de transmitirles la reflexión que me produjo su atento examen.
Allí habría un centenar largo de personas, uniformadas con chalecos verdes, invadiendo los tres carriles de una de las direcciones de la Gran Vía barcelonesa hasta ocuparlos por completo, impidiendo el paso de los vehículos. Estos formaban tres interminables hileras de turismos, furgonetas, taxis y motocicletas, detenidos por fuerza ante el infranqueable tapón humano. Los carriles del sentido contrario se veían desiertos, así que la obstrucción continuaría fuera de foto. Algunos conductores contemplaban el panorama apeados, señal de que el atasco iba para rato. Mientras, en un carril de incorporación a la autovía, media docena de policías permanecían en posición de descanso ante un reducido somatén de interruptores plantados frente a ellos. Como suponen, los manifestantes eran trabajadores de Spanair, movilizados para protestar así por el concurso de acreedores presentado por su empresa.
No hay que ser fiscal para apreciar en aquella foto la impune comisión simultánea de varias infracciones, faltas y puede que hasta delitos. Obviamente, contra las normas de tráfico y seguridad vial. Más los daños y perjuicios ocasionados a centenares de ciudadanos atrapados en una retención ilegal. Sin olvidar la prevaricación de unos policías que no dudarían en desalojar por la vía rápida y detener incluso a quienes incurriesen en esta grave trasgresión de la ley si fuesen dos o tres pringaos, pero cien, osti tú. Pero lo más impresionante me pareció la pacífica actitud general con que se cometía esta intolerable agresión por parte de un colectivo de personas que por sentirse jodidas se creen con derecho a joder a indefensos terceros que literalmente pasaban por allí. Lo humanamente comprensible sería que los automovilistas se encarasen con quienes les cortan el paso y que la policía hiciera su trabajo utilizando legítimamente la fuerza, llegado el caso, y que estos opusieran su resistencia. Vamos, que se organizara un buen cisco. Pero nada de eso. Allí estaban todos, quietitos en su sitio, esperando la resolución del conflicto por lisis cuando los del chaleco decidieran largarse con la obstrucción a otra parte. Ni un enfrentamiento. Ni un zarandeo. Puede que ni un exabrupto o bocinazo. Desde luego, da gusto pertenecer a una sociedad tan comprensiva. Tan tolerante. Tan civilizada.