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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

GASPAR TORZÓN

Desde primero de carrera, el estudiante de Medicina Gaspar Torzón se reveló como un alumno aventajado. Ambicioso, competitivo y pelotillero, se ganó el favor de los profesores, la delegación del curso y algunas matrículas de honor. Durante su formación como cirujano dedicó menos tiempo a operar que a publicar lo que operaban sus compañeros, engordando el currículo con el que les ganó la primera plaza vacante del Servicio. Afectado por un irrefrenable afán congénito de reconocimiento y pública notoriedad, el adjunto Torzón se las apañaba para operar de urgencia a los pacientes más importantes, aunque no cayesen en sus guardias, para salir en los medios como salvador vidas ilustres, desentendiéndose luego de su evolución. Hasta que un pez gordo al que dejó sin bazo lo catapultó a la jefatura en el hospital más grande de la capital, donde se hinchó a ruedas de prensa como protagonista de intervenciones espectaculares como separaciones de siameses, alargamientos de enanos, implantes de pene sintético o trasplantes de cerebelo, que lo convirtieron en el cirujano estrella del país mientras sus anónimos colegas bregaban con vulgares hernias, despreciables hemorroides, vesículas empedradas, mondongos obstruidos y demás morralla.
Tentado por la política, se presentó a diputado en Cortes como gancho de un partido que tras ganarlas le negó la prometida cartera de Sanidad. Resentido, el doctor Torzón descolgó la bata blanca para cargarse a la plana mayor del Ministerio por haberlos untado un laboratorio fabricante de vacunas contra la gripe cabruna que les colocó millones de jeringuillas contra una epidemia que nunca llegó. Entregado de lleno a sus operaciones de promoción personal, el cirujano a cuya consulta ya sólo acudían celebridades aumentó su cotización como gurú seudoquirúrgico, conferenciante y divulgador mediático, consiguió varios honoris causa y hasta sonó para el Nobel por sus logros en la cirugía más avanzada. Hasta que, violando a sabiendas la Ley de Confidencialidad, entregó sus historiales de pacientes vip a una multinacional de instrumental endoscópico y un colega de los de pendi, varices y fístula que le tenía ganas lo denunció al Comité Deontológico Nacional (COMDENA). Tras un sonado proceso que diariamente congregaba ante la sede del Consejo Superior de Médicos (CONSUME) a indignados familiares de siameses separados, enanos recrecidos y marimachos superdotados, Gaspar Torzón fue inhabilitado como médico, para escándalo de la sociedad peor informada y de la comunidad quirúrgica internacional. Pues ningún cirujano del mundo podía comprender que alguien capaz de trasplantar cerebelos fuese incapacitado para ejercer. Daba igual que ni una sola de sus víctimas sobreviviese al experimento. Cría fama y échate a operar. O a juzgar. O a lo que sea.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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