Hace poco escuché que hay dos clases de españoles: los que roban y los que no pueden hacerlo. Tremenda sentencia, descorazonadora y exagerada, pero que muchos compatriotas –pertenecientes, sin duda, a la segunda categoría- comparten con resignación. Claro que esa palabra tan fuerte, “robar”, habría que interpretarla en un sentido amplio. No se trata, entiendo, de robos con violencia perpetrados por profesionales en atracos, alunizajes, butrones, multazos de tráfico y demás. Existen, claro, pero son los menos. Hay otras clases de apropiación indebida practicadas sistemáticamente por los españoles, entre las que destaca por su magnitud la derivada de la economía sumergida que burla a Hacienda. Leo con estupor que en España esta actividad delictiva a gran escala equivale al 23,3% del PIB, unos ¡244.000! millones de euros y que, por taifas, La Rioja ocupa el primer puesto del ranking con un 31,4% de su PIB. ¿Saben lo que significa esto? Pues que, si todos cumpliésemos con nuestras obligaciones laborales y fiscales, España no sólo no estaría en recesión sino que nuestra economía crecería, no estaríamos sumidos en esta crisis abisal con un 23% de paro (50% juvenil) y no sería necesario el atroz programa de recortes, ajustes, ahorro, o como se quiera llamar, del que tanto nos lamentamos ahora.
Desde luego que tienen más capacidad de robar el marido de una Infanta, un gobernante putrefacto, un banquero, un capo del narcotráfico, un gran empresario o una gran fortuna que los simples corruptitos de a pie. Además, sus escandalosos tejemanejes acaban explotando en portadas y telediarios, y desde el Paleolítico superior la gente ha buscado siempre cabezas de turco sobre las que descargar la ira generada por la desesperación ante su desventura. Pero seguro que el 99% de esos 244.000 millones de dinero negro no está en cuentas depositadas por tiburones en islas caimanes sino en una miríada de trabajos sin factura, facturas falsas, doble contabilidad, pagos en B, bajas laborales falsas, horas sindicales golfas, gastos injustificados, fraudes en subvenciones, infravaloraciones y escamoteos de IVA, modalidades más sutiles de afanar que el desvalijo, el vulgar tirón de bolso o un desfalco.
Vociférese lo que se quiera en medios, tertulias, foros, asambleas y asonadas, el principal problema de España no son sus políticos, ni sus banqueros y grandes empresarios, ni los ricos, ni los yernos de sus reyes. Somos nosotros, los 47 millones de españoles (¡menuda cantera!), y sobresaliendo (31,4%), los riojanos. No se me indigne, amigo lector, porque esto, naturalmente, no va con usted. Los chorizos son siempre otros, claro que sí, pero además con el automático perdón que otorga robar al mayor de los ladrones, el Estado. Y así nos va.