Al fin se ha atrevido alguien. Ha tenido que ser UPyD, un partido poco votado (3,57% en 2011), en la autonomía más pequeña. Un “ejercicio teórico” plasmado en un “documento interno de trabajo” de la sucursal riojana planteaba la integración de La Rioja, Navarra y Aragón en una sola comunidad, “Ebro región” para reducir costes y optimizar servicios. El impacto fue inmediato y hasta la dirección nacional se apresuró a desautorizar la travesura de sus chicos. Sin preguntarnos a los riojanos qué nos parece la idea, como siempre, los líderes de los otros partidos han vilipendiado la ocurrencia, y los comentarios en la red oscilan entre los defensores numantinos de la autonomía riojana y quienes prefieren que desaparezcan todas. Mi primera impresión fue celebrar el proyecto, por considerarlo orientado en la correctiva dirección que debe tomar España para salir del callejón territorial donde se encuentra. Pero, como otras propuestas de este partido que parece querer sin poder, resulta insuficiente. Fundir tres pedazos no bastaría para detener el centrifuguismo desintegrador de uno de los Estados más sólidos y antiguos de esta Europa que ya parece un espejismo.
Aprovechando esta cata abierta por UPyD en el melón autonomista, métome hasta las pepitas proponiendo que su región riojanonavarroaragonesa se amplíe a todos los territorios de la cuenca del río que los vertebra, desde Cantabria hasta Tarragona. La macrorregión, que recibiría el sugestivo nombre de Ebria, no tardaría en pelechar, y el mayor bienestar de sus ciudadanos estimularía iniciativas similares en el resto del Estado español. Leonesa y manchega, articuladas por la potente bisagra madrileña, acabarían fusionándose en una sola Castilla, tan ancha que perdería el diminutivo, la cual competiría con Ebria en PIB, empleo y renta. Descolgadas del progreso y descendidas automáticamente a segunda, las comunidades periféricas occidentales (asturgalaica, canaria y extremeña) posiblemente acabarían integrándose en la ex Castilla y las orientales (Levante, Baleares y Murcia) en Ebria. La mayor prosperidad por la unión estimularía a las cortes castellanas y al parlamento ebrio a votar su maridaje, originando una de las regiones más poderosas del continente: Casta-Ebria. Como la otra vez, la incorporación de Andalucía llevaría su tiempo (sin prisa), y a las irreductibles tribus euscaldunas y ampurdanesas del norte les concedería la autodeterminación a cambio de permanecer en sus reservas. Y así, bajo la vieja piel de toro, mudaría un nuevo país con gobierno, Administración y deuda únicos. Ya se inventaría una bandera para el balcón durante los campeonatos de balompié.
La valiente -y vapuleada- propuesta de UPyD puede hacer de Clavijo la Covadonga del siglo XXI. ¡San Millán y cierra, Expaña!