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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Sonrojo y éxtasis

Aborrezco el fútbol desde que tengo memoria. A mi congénita incapacidad para conducir una pelota con los pies sin que te la arrebaten se añade la aversión adquirida en el internado donde era alineado a la fuerza como defensa con la misión de cortarles el paso a los de enfrente del modo que fuera. Como no sabía qué hacer con el balón nunca iba a por él y si me venía uno perdido me lo quitaba de encima arreándole un patadón sin importar dónde cayera, lo que me acarreaba encima la bronca de los míos. Que esa es otra: el equipo más numeroso que tolero es la pareja. Así que nunca he pisado una grada, no he celebrado un gol en mi vida y por supuesto no he visto ninguna de las tres portentosas, arrebatadoras y apoteósicas finales de campeonatos ganados en los últimos años por la selección española de fútbol, más conocida como “España”.
Pero si el balompié me parece un juego primitivo, aburrido y muy peligroso para la integridad física (palabra de traumatólogo), nunca comprenderé su desmesurada repercusión social como espectáculo de masas. Tras cada nueva gesta planetaria de “la Roja” con inmediato ingreso en la leyenda intento racionalizar el apasionado entusiasmo rayano con la locura transitoria de tantísimos perturbados hasta la conmoción cuando uno de los suyos estrella la pelota contra la malla contraria. Supongo que la rivalidad futbolística, deportiva en general, es el sedimento histórico de la vieja necesidad tribual de pertenencia a grupos eternamente enfrentados cuya enemistad desembocaba de modo inevitable en batallas libradas por los machos más fuertes de cada bando.
Pero tal hipótesis no me explica la retórica hiperbólica, triunfalista y encomiástica hasta el sonrojo (el color de moda) con que los medios han elevado a la categoría de mayor hazaña hispana de todos los tiempos una final ganada que, como diría Bonaparte, es lo más parecido a una perdida. Ni la bochornosa rendición popular e institucional de un país que las está pasando putas a los pies de quienes no son más que una plantilla de profesionales escandalosamente bien pagados haciendo su trabajo. Se argüirá que en plena crisis un triunfo deportivo tan euforizante como el del domingo proporciona una efímera ilusión de felicidad a mucho necesitado de evadir su penosa realidad metiéndose un chute de seudopatriotismo de camiseta y bandera made in China. Pero ya van tres fuertes dosis de éxtasis nacionalfutbolista y dentro de dos años, en Brasil, el mono puede ser brutal. A ver si para entonces nuestro PIB depende de algo más consistente que un cabezazo o un puntapié atinados y esta Europa cuya corona volvemos a ceñir deja de enseñarnos tarjetas amarillas y no acaba sacándonos la roja.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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