Nuestra rica lengua española permite tres modos de llamar a las cosas: (1) por su nombre, (2) con otro que lo mejora y (3) con otro que lo empeora, dependiendo de la intención. Ejemplos: morirse / pasar a mejor vida / estirar la pata; Fulano trabaja poco / presenta un bajo rendimiento laboral / es más vago que la chaqueta de un guardia; la mujer de Mengano es adúltera / mantiene una relación extramatrimonial / Mengano los gasta de 14 puntas, etcétera. Degradar una realidad (matasanos, picapleitos) se llama disfemismo y la expresión que sustituye a otra considerada proscrita, desagradable, ofensiva, grosera, inoportuna, malsonante o simplemente dura, eufemismo. Se trata de una palabra o frase maquilladas, no con un fin embellecedor sino falsificador, que pueden convertirse en herramientas lingüística al servicio de la manipulación e incluso el engaño. El recurso es muy antiguo; Quevedo denunciaba ya que “por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa; al barbero sastre de barbas y al mozo de mulas gentilhombre del camino”. Hoy podríamos decir que “por delicadeza llaman al moro magrebí, falta de liquidez a estar a dos velas, cuerpos sin vida a los muertos y línea de expresión a la arruga”. Los hay fantásticos: “movimiento táctico hacia la retaguardia” (retirada), “residuo sólido” (basura), “material para adultos” (pornografía), “interrupción voluntaria del embarazo” (aborto), “crecimiento negativo” (recesión)…
El caso es que, con objeto de obtener un efecto suavizante o correctivo, en el actual lenguaje político, institucional e incluso mediático está progresando de modo imparable el empeño en no llamar a las cosas por su nombre. La última incorporación al lenguaje de la corrección es un subtipo de eufemismo ligado al circunloquio “persona con” para calificar a los afectados por ciertas enfermedades, discapacidades o etapas de su vida: persona mayor por anciano, persona con sordera por sordo, persona con autismo por autista, de talla baja por enano, con sobrepeso por gorda, persona con deficiencia visual, persona de movilidad reducida, persona con esquizofrenia, persona con capacidad diferente, persona con problemas con el alcohol… Visto el panorama actual, seguro que aumentará el catálogo de colectivos innombrables para las personas que manifiestan públicamente su indignación: personas que se dedican a la política, personas que gestionan una entidad bancaria, personas liberadas de su trabajo para dedicarse a funciones sindicales, personas que juzgan y dictan sentencias, personas que mantienen el orden público, personas que inspeccionan el pago de impuestos…
Ya lo dijo la Biblia: “Stultorum infinitus est numerus”, o sea que el número de personas afectadas de tontería es infinito.