Hace poco Tráfico sancionó a un conductor que circulaba por un carril para vehículos de alta ocupación (VAO) en Madrid por llevar a un maniquí de copiloto. La artimaña no es exclusiva de la secular picaresca española, pues se ha utilizado en los mismos países precursores de la discutible penalización del piloto solitario en los accesos a las grandes ciudades. Los agentes sospecharon el engaño por la rigidez del falso acompañante y no por su aspecto, una presunta señora bastante conseguida, con su jersecito amarillo, su fular azul y sus gafas de sol. Así que, a partir de ahora, ojo con dormitar junto al conductor porque pueden acabar en el arcén ante uno de esos guardias que cuando te echan las garras no te sueltan hasta que acaban pillándote en algo.
El caso es que el asunto del maniquí desempeñando un papel fuera del escaparate da pie a imaginar utilidades más provechosas para un país ahogado en el gasto público que los miserables 200 euros recaudados por simular un cónyuge quieto y callado, fantasía por otro lado de cualquier conductor en un atasco. Pienso, por ejemplo, en las Cortes Generales. En el Congreso (350 diputados) y el Senado (266) se decide por votación de grupos parlamentarios (7 y 6, respectivamente) sometidos a la disciplina de voto impuesta por sus partidos, así que el escrutinio sería el mismo votando sólo cada portavoz tantas veces como escaños hubieran obtenido en las última elecciones. Pero, con objeto de escenificar la representación popular en ambas cámaras, cuya vacuidad ofrecería un aspecto desolador de nuestra democracia, podrían ocuparse los escaños con maniquís. El multimillonario ahorro resultante (multiplicado si se aplicase a los parlamentos regionales y al europeo) no sería la única ventaja. Para empezar, las gradas siempre estarían a tope, acabando con la desoladora imagen de un hemiciclo desierto. Además, los grupos elegirían la indumentaria de sus peleles (arreglada la derecha, descamisada la izquierda, trajes regionales para el nacionalismo), aportada gratis por El Corte Inglés, Zara o Sastrería Cornejo, a cambio de publicidad. Las sesiones parlamentarias, libres de somníferas peroratas, sectarias ovaciones y sonoras broncas, serían más breves, y la legislatura, más ágil y efectiva. Por si fuera poco, cuando los indignados acosaran la sede parlamentaria, todos los parlamentarios podrían burlar el cerco en un monovolumen por la puerta de atrás. Y frente a otro golpe de estado, en fin, sus maniquías permanecerán imperturbablemente sentadas, sin repetir el bochornoso cuerpo a tierra masivo de la última vez, devolviendo a la soberanía nacional su dignidad perdida.