La actitud de moda es la “indignación”. Estudiantes, ninis, asalariados, parados, autónomos, funcionarios, jubilados: todo dios está indignado. Sales, hojeas la prensa, miras la tele, pones la radio o navegas por la red y no lees, ves o escuchas más que a gente cabreada protestando o quejándose sin parar de los políticos, la sanidad, la educación, la justicia, el ayuntamiento, los transportes, el centro de trabajo, el vecindario o lo que sea (comprueben la infinitud de la quejumbre humana leyendo “El teléfono del lector” de este diario). El personal echa las muelas y esta biliosa atmósfera contaminada de irritación, malestar y descontento empieza a resultar irrespirable.
El caso es que, según el Legatum Prosperity Index, que evalúa la calidad de vida y el bienestar de los 205 países del planeta, el Reino de España, a pesar de la recesión, ocupa un envidiable 23º puesto. Y que, de ahí para abajo, más de 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día y 2.800 millones con menos de dos. Casi 800 millones sufren hambre crónica y cada 4 segundos alguien muere de inanición, 1.160 no tienen agua potable y 2.300 un saneamiento adecuado. 12 millones de menores de cinco años mueren anualmente por causas evitables o curables, sólo 20.000 de hambre cada día. Sólo en la última década dos millones de niños fueron asesinados en guerras y en la actualidad 150 millones son explotados laboralmente. Cada año, cuatro millones de recién nacidos mueren en su primer mes de vida, 500.000 mujeres fallecen al dar a luz, el 82% de niños no reciben antibióticos y dos millones de menores de 14 años padecen sida. 600 millones de niños son pobres, 100 millones viven en la calle, 150 millones de niñas y 73 millones de menores de 18 años sufren abusos sexuales cada año y 1,8 millones caen en el comercio sexual… ¿Imaginan la que se armaría aquí si un solo niño fuera prostituido o muriesen una sola mujer de parto o un solo diabético por falta de insulina? Entonces, si “en España dan ganas de llorar”, ¿de qué darán en la miserable mayor parte del resto del mundo? Posiblemente, y se comprendería, de pasarnos a cuchillo a los señoritos de la élite mundial mientras protestamos festivamente por tonterías en comparación, y ocupar nuestro privilegiado lugar en el paraíso de la abundancia, aun inmerso en una crisis obscena. Pero las víctimas del hambre, la miseria, la explotación, la enfermedad, la prostitución o la guerra ni siquiera desahogan la enorme injusticia de su tragedia montando bullangas callejeras. Se limitan a sufrir de veras y perecer en medio del atroz silencio que acompaña a esa inmensa marea muerta, ante nuestra incompasible indiferencia de indignados de salón.