Qué curioso es el origen de algunas expresiones coloquiales. “Tener agallas”, por ejemplo. Agalla significa “amígdala” y también “branquia” u órgano respiratorio de diversos animales acuáticos, pero posee otro significado menos conocido a pesar de aparecer como primera acepción en el diccionario: “Excrecencia redonda que se forma en el roble, alcornoque y otros árboles y arbustos por la picadura de ciertos insectos e infecciones por microorganismos”. Menudas, parduscas y esféricas, estas agallas arbóreas pueden asemejarse a testículos humanos, y éste parece ser el origen del eufemismo “tener agallas” por no decir huevos o mejor aún cojones, apelativo peor sonante aunque rotundo del par de corajudas excrecencias redondas que cuelgan de la entrepierna masculina en las que la mitología popular localiza el origen del valor humano. La relevancia genital en la valentía es tal que, incluso quien no la demuestra, el cobarde, el que no tiene agallas, es un acojonado, o sea alguien que no los tiene bien puestos sino unos tres palmos más arriba, precisamente a la altura de las amígdalas.
El caso es que hace poco Mariano Rajoy soltó en un mitin que Artur Mas no tenía agallas. Debía de referirse a su actitud ante la crisis económica, pero las agallas no se tienen sólo para algunas cosas. Se tienen o no, y Mas está demostrando el tamaño de sus excrecencias echando de farol un órdago al Estado con su reivindicación independentista. Quien parece no tener agallas es el propio Rajoy, para quererle el envite en lugar de arrugarse y permitirle sacarse una para ver si le gana al tran tran. O para emplear su histórica y puede que irrepetible mayoría absoluta en reparaciones históricas tan pendientes como una ley de huelga que acabe de una vez con las intolerables prácticas mafiosas de los sindicatos y de paso les retire la subvención. O como una reforma de la ley electoral que impida votar listas cerradas o mangonear España a quienes no quieren pertenecer a ella. O para acabar con este cáncer de la hipertrofia administrativa, la corrupción y el abuso generalizados, las empresas públicas y asesorías colocadoras de amigos o correligionarios, la gestión ineficiente de los servicios públicos, los bancos piratas, las subvenciones, malversaciones, sinecuras y demás dispendios de los dineros públicos, antes de subir el IVA o la renta, congelar una pensión ínfima, quitar la paga de Navidad o, se necesita valor, reducir los días de holganza de los sufridos funcionarios o mantenerlos en sus minifundios estatales dos horas y media más por semana. Me pega que, como gobernante, Mariano Rajoy es un animal político con menos agallas que conchas.