Sé que lo saben, pero permítanme recrearme describiéndolo. El caganer es una figurita de belén que representa a un payés con su faja, chaleco y barretina quitándose un peso de encima en cuclillas. Los más explícitos exhiben incluso el zurullet bajo las posaderas del paisano. Aunque suele colocarse en un lugar apartado del, su irreverente presencia en el betlem se justifica como un deseo de algo tan catalán como la prosperidad, simbolizada en este caso por la fertilización fecal del terruño, aunque apuesto a que fue una ocurrencia. Lo cierto es que el simpático muñequito, actualizado con los personajes de moda, no falta en ningún nacimiento del principado. Uno de los más representados este año haciendo sus necesidades a la sombra de la sagrada familia ha sido el presuntament honorable Artur Mas, acierto premonitor de la monumental cagada que el presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña ha soltado con su pulso electoral a mitad de legislatura para perderlo. La sonora deyección política de este funcionario del Estado español es el producto final de una indigestión política (gestión es mucho decir) propia de un auténtico politicastro. El empacho de “soberanismo” y “derecho a decidir” que se metió en la última Diada le hicieron creer que acaudillando un anhelo imposible desviaría la atención sobre los graves problemas que afectan de verdad a Cataluña como a toda España: la recesión, el paro y el recorte del bienestar. Convencido así de que liderando el independentismo antiespañol saldría adelante, abortó la legislatura y convocó unas innecesarias elecciones (que nos han costado 32 millones) con las que pretendía ganar por “mayoría excepcional”, pero el despeño resultante le ha devuelto a la misma realidad social y económica catalanas de hace un mes pero con menos votos y escaños para afrontarla. Si de verdad tuviera agallas, este caganer de carne y hueso debería haber dimitido la misma noche electoral, porque perder un órdago supone perder la partida. Pero, además de mal jugador y peor perdedor, Mas es un tramposo por pretender dinamitar el Estado desde dentro y cobrando de su presupuesto en lugar de abandonar la poltrona y echarse al monte pero de verdad, en plan tamborilero del Bruch.
Ahora que los tradicionales cuadrúpedos de la maqueta navideña están en entredicho, imagino un nuevo belén catalán donde el honorable caganer ocupe el puesto del asno mientras un somatén de pastores de Esquerra, envalentonados por la desmemoria de los borregos, apalean en el suelo a los Reyes bajo el pálido brillo de la supernova aparecida en el firmamento de la senyera para mostrar el camino de la independencia.