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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Empatía

Por muy bien que se la haya estudiado y muchos casos que haya tratado, un médico sólo conoce de verdad una enfermedad si la ha padecido. Identificar los síntomas del enfermo con los sufridos en propia carne, además del diagnóstico, facilita la empatía. Por eso comprendo tan bien la marea de demagogia blanca que inunda estos días algunos hospitales públicos, inflamados por la dosis que les toca de la irritante política de austeridad que el gobierno está aplicando con pulso quirúrgico al dictado de Bruselas. Y es que hace veinticinco años, sin pretenderlo, un servidor se vio al frente de un fuerte movimiento asambleario que mantuvo al San Millán en pie de guerra médica durante meses y que sólo consiguió empeorar la asistencia. Una de las cosas que hicimos para desgastar a la dirección, por ejemplo, fue meter periodistas en habitaciones con camas cruzadas para denunciar tan “tercermundista” situación, cuando los mayores responsables de la sobreocupación éramos los médicos con nuestra inadecuada práctica de ingresos y estancias. Hay dos clases de demagogias: ingenua, fruto de la desinformación, y perversa, derivada de la malicia. Con la misma franqueza les digo que al menos la mía era de la primera categoría, pero demagogia al cabo, de efectos sociales tan dañinos como la otra. Mis años de directivo (una experiencia por la que todos los médicos deberíamos pasar), me permitió comprender muchas cosas y alcanzar convicciones reforzadas tras mi paso del sector público a la nefanda privada. No caben aquí, pero el resumen sería que el modelo de gestión y el marco laboral estatutario de los hospitales públicos fomenta inevitablemente la desincentivación y una consecuente baja productividad que precisa refuerzos de plantillas ineficientes para sacar a duras penas el trabajo. En cristiano: que hay demasiada gente trabajando insuficiente. Lo cual, unido a la escandalosa infrautilización de los excelentes recursos, ocasiona unas demoras asistenciales inaceptables que sólo pueden paliarse recurriendo a dispositivos asistenciales externos infinitamente más eficientes; dado que en muchos casos los profesionales son los mismos, no parece que el problema esté en las personas sino en los funcionamientos. Otro mal crónico del sector es la falta de autocrítica, y sirvan como ejemplo esos protestantes por el aumento de su jornada en dos horas y media semanales que llevan lustros birlándole hasta dos diarias a la empresa. La gente debe saber que entre los participantes en sentadas, pitadas, marchas y hasta flashmobs en defensa de la sanidad pública hay bastantes responsables de su deterioro. Claro que la mayoría no lo hacen con mala fe sino por inconsciencia. Si los comprendo perfectamente. Me he puesto en su lugar. Y creo que nos equivocamos de nuevo.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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