La asociación de tres conceptos es muy frecuente como expresión del pensamiento. Algunas tríadas (seres o cosas vinculados entre sí) son “naturales” (tierra, mar y aire, Melchor, Gaspar y Baltasar o café, copa y puro) pero otras fruto de la reflexión filosófica (las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad), la especulación religiosa (las personas divinas de la Trinidad) o la sabiduría popular: las tres cosas que hay en la vida (salud, dinero y amor), las que matan al hombre (penas, cenas y soles) o las que alargan su vida (poca cama, poco plato y mucha suela de zapato), por ejemplo. La tríada se ha usado mucho como lema propagandístico en regímenes de todo pelaje: el “paz, tierra y pan” bolchevique, la “libertad, igualdad, fraternidad” francesa, el churchilliano “sangre, sudor y lágrimas”, el carlista “Dios, Patria, Rey”, el hitleriano “Un pueblo, un imperio, un guía “ y todas las combinaciones posibles de entelequias como unidad, orden, justicia, progreso, trabajo, patria, unión, prosperidad, independencia, felicidad y hasta lluvia que, tomadas de tres en tres, aderezan discursos, escudos y banderas.
Pues bien, al igual que los tradicionales enemigos del alma son “el mundo, el demonio y la carne”, en el fondo cultural de la llamada izquierda subyace un poso de aversión morbosa a tres cosas que cuando se remueve enturbia las ya poco cristalinas aguas de la inteligencia colectiva. La primera son los Estados Unidos de América. El odio a lo yanqui (compatible con el vaquero, los Goya, jalogüin o la hamburguesa) es un tic compartido por el acomplejado resentimiento antiimperialista de Latinoamérica, el fanático odio islamista y la envidiosa frustración europea hacia el único país donde un emigrante puede llegar a lo más alto si vale y sin importar de donde venga. La segunda cosa son los empresarios. La rancia caricatura del señor rechoncho fumándose un puro en frac y chistera con los billetes saliéndole de los bolsillos todavía representa para muchos la imagen del explotador cabrón forrado a costa de sus oprimidos trabajadores. Mientras que la riqueza y prosperidad de un país dependen de los puestos de trabajo que los emprendedores (y no los políticos) crean con su iniciativa, esfuerzo y riesgo. La tercera, en fin, es la actividad privada, permanentemente demonizada como una intolerable perversión de la pública. Cuando está archidemostrado que las públicas son las empresas más improductivas, ineficientes, costosas y desmotivadoras de sus empleados. Antiyanquismo, victimismo obrero y estatalismo: la tríada casposa de la izquierda.