En la actual etapa democrática de nuestra historia pueden distinguirse varias fases: Transición, Consolidación, Degeneración y la siguiente que sólo puede seguir dos caminos: Involución o, esperemos, Regeneración. Que en Biología significa “reconstrucción reparadora de un daño tisular” pero en Sociología “cese de conductas o prácticas reprobables desde un punto de vista social o moral”. Es un tipo de reparación privativo de los seres vivos, porque arreglar una máquina averiada, restaurar un edificio arruinado o desagraviar una ofensa son tareas de terceros, pero lo característico de los organismos celulares es su asombrosa capacidad de reparar por sí mismos los tejidos lesionados. Así que a esta España tan enferma por el cáncer galopante de la corrupción que no para de sembrar metástasis en todos sus aparatos, órganos y sistemas, no la salvan ni Bruselas ni Obama ni Francisco. La urgente regeneración moral de esta plaga de conseguidores, mangantes, sinvergüenzas, vendedores y vendidos sólo puede emprenderla el propio cuerpo social, por dañado que esté. Y ello exigiría, de vértice a base: la sustitución del Jefe del Estado; la dimisión o cese de todos los cargos públicos presuntamente implicados en casos de corrupción, sin esperar a una sentencia que los condene sino en cuanto sean imputados o simplemente acusados de ilicitud, pues ya basta de utilizar la inmunidad como impunidad y la presunción de inocencia como escudo de la indecencia; la devolución con intereses de las abusivas indemnizaciones blindadas, dietas y demás apropiaciones indebidas por gobernantes, banqueros, consejeros de administración y demás depredadores, sin perjuicio de sus responsabilidades legales. Y la desaparición de la vida pública de personajes indignos, veteranos o recientes. Es un escándalo que, lustros después, un vicepresidente del Gobierno dimitido por amparar chanchullos continúe calentando escaño o un ex ministro de un gobierno que amparó el terrorismo de Estado lidere la oposición, pero también que personajes como Mato, Barberá, Mas, Pujol, Barcina, Blanco o Griñán continúen en sus puestos. Sin salir de casa, nuestro Presidente Sanz daría una excelente lección de regeneración política e higiene democrática dimitiendo tras reconocer en el Parlamento una infracción urbanística. Pero no lo hará, argumentando que sólo en ese pueblo hay “setecientas” como la suya sin que hayan ido a por ellas. Y esta es la madre del cordero corruptor: que en este país la irregularidad es una práctica tolerada por generalizada, o viceversa. Que burlar la ley es casi cultural. Que la ética ha muerto. Que el umbral de lo considerado ilícito es muy alto, Y que si se supera, no passsa nada.