Si usted busca piso, un suponer, y le ofrecen uno «con muchas posibilidades, precio interesante», seguro que la vivienda en cuestión estará para tirar y la posibilidad más factible será rehabilitarla por completo, lo que despojará al precio de su presunto interés. Esta inequívoca deducción resulta de ejercer una facultad que no se enseña en las escuelas: leer entre líneas. Lo cual para la Real Academia Española de la Lengua consiste en «Suponer en un discurso la existencia de un sentido no explícito». Aplicado a su propia definición, significa que lo dicho o escrito encierra un engaño u oculta una verdad.
Pero escribir entre líneas también puede servir para suavizar la dura realidad. En un vivero de por aquí puede leerse este portentoso aviso: «Ante lo desagradable que nos puede resultar llamarles la atención, llévense únicamente lo que paguen. Gracias». Hasta dónde estaría el dueño de mangaplantas para colgar semejante rótulo, digno de Celtiberia Show, y la pintura que hubiese ahorrado escribiendo: «No roben».
Algunas lecturas entre líneas son tan obvias que no precisan especial perspicacia ni esfuerzo de imaginación. Cuando alguien del gobierno asegura que «no van a subir más los impuestos», suele incurrir en la llamada reserva mental o mentira por omisión, que consiste en afirmar una parte de la verdad ocultando deliberadamente la peor: «por ahora» o «este mes».
La jerga médica es maestra en este arte del palimpsesto. Si le entregan un informe donde pone que «presenta un síndrome constitucional idiopático, posiblemente asociado a un proceso neoformativo de etiología no filiada», lo que le están diciendo es que se está consumiendo como un pajarillo sin idea de por qué, lo más seguro un cáncer, aunque tampoco se sabe de qué.
Una variante explícita aunque artera de la escritura interlineal es esa letra pequeña a la que engañosos anuncios y contratos tramposos remiten con un perverso asterisco.
Con respecto a la palabra de moda, «corrupción», el diccionario define su acepción en Derecho como «práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de una organización, especialmente pública, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores». Con lo clarito que resulta «meter la mano en el cajón de las perras».
Y, en fin, si en un anuncio por palabras de la sección «Contactos» («tocamientos», más bien) una dama oferta «francés bebible» o un caballero «21 reales», no se están refiriendo a una copa de champaña ni a cinco pesetas con veinticinco céntimos, precisamente.
Saber leer entre líneas no es malicia de malpensado sino una habilidad imprescindible en estos falaces tiempos de eufemismos, elipsis, manipulación verbal y tanta escritura torcida con renglones bien derechos.